Desvaríos con Borges y Gardel

Desvaríos con Borges y Gardel

gardel-borgesEduardo Pérsico. LQSomos. Octubre 2014

…y cantada por Gardel, cuanto mejor luciría una imperfecta milonga mía…

Y fue por ahí cuando el Jorge Luis Borges, que tanto descollara como payador en el almacén de doña Rosa en Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Es sabido que los poetas se lucen cuando les parece, pero no era fácil la trémula voz de alguien con la vista opaca y casi respirando en la frase venidera, con sus manos en el mástil de la guitarra charlando ‘de esas utopías que adoran los pueblos, como Carlos Gardel’.

– Cada historia exige sugerir tanto como su texto- se oyó en aquel bodegón oloroso de aceitunas y vino moscato. Más al reiterar el escriba Jorge Luis ‘Gardel habita esa neblina de la imaginación y el mito’, hamacando su bastón como una guitarra agregaría ‘sin creer en don Quijote y Sancho Panza la historia de España no tendría pies ni cabeza’. Así que tras su modesto ‘yo creo’ se silenció el entorno y el Jorge Luis reiteró lo antes dicho como contando un cuento; sin recordarlo pero repitiendo las voces para decirlo. .. En tanto los demás querían conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de la certeza’, Borges les acentuaría que la muerte gardeliana en junio del ’35 ‘tenía sombras de verdad y cada tanto, ni siquiera eso’…

– Mucho se dijo que Carlos Gardel muriera en un accidente de aviación en Colombia, aunque aquello sería incompleto’, tartamudeó el Jorge Luis Borges. El mismo que mucho anhelara ser un payador en el Camino de las Tropas y en el espacio sin renglones de su realidad, decidiera morirse en Suiza por negarle al gentío los ritos de su velorio, el llanto televisivo y el fúnebre jadeo de su instante sin retorno.

– Y es así que como les digo, señores, en los momentos previos al vuelo desde Medellín hubo olvidables desvaríos de sobremesa, que hasta culparían del accidente a ese mozo Alfredo Lepera, – tan adicto al cantor como abrevador de Amado Nervo- que por un enredo de polleras arremetiera a balazos con toda la concurrencia. Como también hubieron rumores que para demostrar el buen humor argentino al piloto o ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión. Esos más demás decires de entrecasa en propiciar a un Gardel sin magia gardelera hundido en los turbios callejones del olvido – redondeó el dicente Jorge Luis y se contuvo a juntar aire.

– Señores, Carlos Gardel artista malversado por turbios imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango, supo retirarse a tiempo. Y usaba una memoria tan anticipada que solía temer por su voz luego de incinerarse en Medellín y acaso hasta temiera ‘ser un muñeco publicitario’; como igualmente temiera que su inflexión arrabalera fuera deformada por los desafinados que nunca faltan. Que sin demora anunciarían actuaciones de Carlos Gardel en Quito y Bogotá, desfigurado por el incendio, – o ‘ircerdio’- y aclamado al entonar su primera estrofa.

– Esa y mucha otra tontería sería glosada por los congeladores del arte al predecir que nadie cantaría como él. Por supuesto, y le confío que yo mismo, Borges y ahora, deduzco cuánto mejorarían en su voz mis imperfectas milongas. Algo que lamento y envidio tanto como no haber escrito el ‘percanta que me amuraste’ de ese mozo Pascual Contursi. Pero así fueron las cosas….

Y ahí se sonrió apenas el Jorge Luis al imaginar a un Gardel de lustroso smoking o de chambergo inclinado aquel audaz atuendo de gaucho palaciego, según, pero siempre él ajeno a mucha pobre gente negociadora de un Gardel producto terminado.

– Porque ese modernizador nunca sería cómico del varieté televisivo – dijo y se tomó resuello-. Y a quien una noche lejos de mi patria le escuché cantar un deleznable tango que yo nunca apreciaría, pero al oírlo me hizo revivir mi calle de Palermo y una madreselva adherida a una tapia, y de pronto sentí que estaba llorando. Acaso con ese llanto de la hombría acorde a la voz compadre de Gardel; y ahí presumo que lo popular es un secreto que los pueblos aprenden desde adentro.

Y ahí se interrumpió el Jorge Luis Borges – antes o después de morirse en Ginebra, algo que menos importa- luego de redondear que ‘no habría Gardel posible sin poesía de eternidad; esa magia que persiste en el rincón sensual que uno prefiera’. (2014)

Otras notas del autor

* Eduardo Pérsico nació en Banfield, vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
“Voces todavá silencio”

Mónica Oporto

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