El ejemplo del 14 de abril

El ejemplo del 14 de abril

Arturo del Villar*. LQSomos. Abril 2017

Suele creerse que la villa armera de Eibar fue la primera población que proclamó la República, a las siete de la mañana del 14 de abril de 1931, con los concejales reunidos en sesión extraordinaria para asistir al izado de la bandera tricolor. Ese acto le valió recibir el título de Muy Ejemplar Ciudad, aunque otras localidades reclaman la primacía. Lo seguro es que durante la mañana se sucedieron las proclamaciones republicanas, y el día se convirtió en festivo por decisión popular, para festejar la inevitable caída de la odiada dinastía borbónica.

En Madrid ya a las siete de la mañana estaba reunida una multitud en la Puerta del Sol, ante el Ministerio de la Gobernación, lanzando mueras al rey y vivas a la República. Relata Miguel Maura en su ensayo Así cayó Alfonso XIII… (Barcelona, Ariel, 1966, página 163) que Alfonso de Borbón ordenó por teléfono al subsecretario de Gobernación que exigiese al capitán de guardia en el Ministerio salir con la tropa a sus órdenes para disolver la manifestación popular. El capitán aseguró que no podía hacerlo, porque los soldados no le obedecerían la orden de cargar contra el pueblo al que pertenecían. Al conocer la respuesta, el rey debiera haber comprendido que era el fin de su tiranía, pero la chulería innata en él se lo impidió.

El tirano inmóvil en su trono

El almirante Juan Bautista Aznar, presidente del Gobierno, se dirigió esa mañana a palacio para mantener una entrevista privada con el rey. Al salir anunció a los periodistas que le aguardaban expectantes que no existía crisis política, y que se convocarían elecciones a Cortes Constituyentes para resolver la situación complicada del reino. El tirano se aferraba al trono y estaba dispuesto a conservarlo, a pesar de la opinión popular contraria, manifestada en las elecciones municipales celebradas dos días antes.
El rey rechazado llamó al conde de Romanones al Ministerio de Estado, del que era titular, para ordenarle que fuera a palacio para hablar con él. No quería hacerlo por teléfono. Le ordenó que se reuniera con Niceto Alcalá—Zamora, como presidente del Comité Revolucionario, para sonsacar sus proyectos. Se entrevistaron en terreno neutral, en casa del doctor Gregorio Marañón. En el segundo volumen de sus memorias, La victoria republicana (Madrid, La Esfera de los Libros, 2012, páginas 217 y siguientes), relata el que iba ser primer presidente de la República Española que el conde le propuso un cambio del Gobierno, para mantener la monarquía, a lo que se opuso rotundamente Alcalá—Zamora, exigiendo en cambio la renuncia del monarca y el traspaso de poderes al Gobierno provisional presidido por él antes de las seis de aquella misma tarde.
Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, multiministro monárquico, también redactó sus recuerdos de aquel día memorable, en su ensayo Y así sucedió. Apuntes para la historia (Madrid, Espasa—Calpe, 1947). Aseguró que la entrevista con Alcalá—Zamora constituyó el peor rato de su vida. El servilón cortesano comprendió la imposibilidad de salvar a la monarquía en aquel trance, lo que significaba el fin de sus prerrogativas como cacique indiscutido en Guadalajara y poseedor de una de las mayores fortunas del reino (páginas 43 y siguiente).
Al volver a palacio le describió al tirano la excitación popular en las calles de toda España, según informes recibidos en el Ministerio, y respetuosamente le aconsejó que abdicase. En su opinión, lanzar al Ejército contra el pueblo constituía un peligro, porque los mandos sin duda obedecerían las órdenes reales, pero probablemente los soldados se unirían al pueblo al que pertenecían, lo que provocaría una tragedia de consecuencias imprevisibles.
Mientras tanto el general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, se presentó en el domicilio de Miguel Maura, se cuadró ante él y se puso a sus órdenes, saludándole como ministro porque el instituto armado a su cargo y él mismo acataban la decisión del pueblo español.

Último Consejo de Ministros

Aquella tarde se reunió el Consejo de Ministros en palacio, bajo la presidencia del tesonero monarca irreductible. Había discrepancias entre los ministros, aunque la mayoría opinaba que el rey debía abdicar. No obstante, el de Fomento, Juan de la Cierva, recordó que las elecciones celebradas el día 12 fueron municipales, y por lo tanto solamente afectaron a la composición de los ayuntamientos. En consecuencia, propuso que los militares y los guardias civiles salieran a patrullar las calles para disolver las manifestaciones a tiros.
Alfonso de Borbón había perdido su habitual chulería, ante la magnitud de las noticias en su contra. Se dirigió al ministro de la Guerra, el general Dámaso Berenguer, el anterior jefe del Gobierno dictatorial, para peguntarle si había modo de resistir. El general respondió lacónicamente: “Ninguno.” Le increpó el servilón Juan de la Cierva, decidido a mantener la institución monárquica a toda costa, y el que fuera en su tiempo calificado de dictablando aseguró que “sería peligroso e inútil pedir al Ejército que interviniera”. Se impuso ese criterio.
Alfonso de Borbón, ya exrey depuesto de España por el pueblo soberano, manifestó que lo tenía todo dispuesto para trasladarse en automóvil a Cartagena, donde embarcaría hacia Francia. Todo aquello había sido una pantomima real. Como despedida, leyó a su último Gobierno el manifiesto que por encargo suyo había redactado Gabriel Maura, hijo del criminal Antonio, el que hizo destruir a Barcelona en 1909 y fusilar a Ferrer. El tirano, por la pluma de su amanuense, admitía que tal vez se hubiera equivocado en algunas de sus decisiones, y decidía abandonar el reino, pero con su chulería habitual declaraba no renunciar a ninguno de sus derechos.

Una pacífica proclamación

El Gobierno provisional se dirigía en dos automóviles al Ministerio de la Gobernación, para celebrar allí su primera reunión. Según Miguel Maura, el hermano de Gabriel, que sería ministro de la Gobernación, ya que en la familia estaba aceptada la diversidad de criterios políticos, tardaron casi dos horas en recorrer el trayecto entre la fuente de Cibeles y la Puerta del Sol, que a pie se hace normalmente en cinco minutos.
En el edificio de Correos, entonces frente a la Cibeles, ya ondeaba la enseña tricolor, y cuando por fin los nuevos ministros llegaron a Gobernación también contemplaron la bandera republicana en sus balcones. Los guardias civiles que custodiaban el viejo edificio presentaron armas ante el Gobierno provisional. Los ministros salieron al balcón principal para recibir el aplauso de la muchedumbre. Su presidente, Alcalá—Zamora, pronunció un discurso que no pudo escucharse ante el vocerío incesante. La multitud entusiasmada gritaba: “¡No se ha marchao, que lo hemos echao!”
Así quedó proclamada la República Española el 14 de abril de 1931, sin ningún incidente, sin disparar ni un tiro. Solamente fue destruida la estatua de Felipe III en la Plaza Mayor, y la de Isabel II fue arrastrada simbólicamente por las calles hasta el convento en donde se recogía a las prostitutas. A ella también la habían empujado al exilio en 1868 los militares y los civiles hartos de su corrupción. Es que no se marchan, hay que echarlos.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio

Mp3 – LoQueSomos

Bego

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