El cine queer portugués conquista a todos los públicos

El cine queer portugués conquista a todos los públicos

El nacimiento del cine LGBT de Portugal se remonta al final de la dictadura salazarista, paradójicamente, a los espectáculos travestis que se celebraban en el África colonial para los combatientes. El Festival Internacional Queer de Lisboa es hoy un claro reflejo del buen momento que vive la temática queer, que nada a contracorriente en la crisis del sector.

Nacieron con la dictadura y se hacen fuertes con la actual crisis. Son dos historias de sobrevivencia. De subidas y bajadas que se abrazaron a finales de septiembre en Lisboa. La película ¿Y ahora? Recuérdame propone una reflexión sobre el tiempo y la memoria, las epidemias y la globalización, la disensión y el amor absoluto. La supervivencia más allá de lo esperable. La del propio realizador, Joaquim Pinto, y también la del cine queer portugués. Dos historias paralelas que se reafirman en la adversidad, dilatando su existencia allende los límites.

El cuaderno de anotaciones de un año de ensayos clínicos de Pinto narra en forma autobiográfica su convivencia con el sida y la hepatitis C. Es el quehacer diario, con el virus acuestas desde hace dos décadas, de Pinto y su marido Nuno Leonel, de sus perros, de sus amigos, de su casita en el campo, de sus árboles y de sus plantas, de su entorno, de sus recuerdos y de esos olvidos ya no tan suyos provocados por las pruebas médicas. “Cuando empecé el tratamiento me di cuenta de que casi no había películas que hablaran en primera persona sobre el VIH. Yo no tengo nada que esconder”, confiesa Pinto, en un país, Portugal, con uno de los índices occidentales más altos de prevalencia del sida según Naciones Unidas: entre el 0,5 y el 0,9 por ciento (unas 70.000 personas aunque más de la mitad lo desconocen), cuando la mayor parte de los países europeos ronda el 0,3 por ciento.

Pinto llegaba a Lisboa tras salir por la puerta grande del prestigioso Festival de Locarno. Era la cabeza de cartel de una cita también a contra-corriente y que visitaba por vez primera: el Festival Internacional de Cine Queer Lisboa, que ha cumplido su decimoséptima edición convertido en toda una referencia en Europa del cine lésbico, gay, bisexual y transexual (LGBT) y en el encuentro cinematográfico más veterano de la capital lusa. Un certamen que ha sabido adaptarse a la sociedad, procurando siempre ir un paso por delante, mirar un poco más allá como otra forma de hacer política, en este caso, a través de la gran pantalla. “Fue por ejemplo uno de los primeros espacios en los que se mostraba matrimonios entre personas del mismo sexo, cuando apenas la sociedad portuguesa comenzaba a hablar de ello”, subraya su director, João Ferreira.

Pocos festivales pueden presumir de mantener la asistencia de público a pesar de la crisis y del impuesto cultural, que en el cine portugués ha pasado del 6 al 13 por ciento, alejando de las salas a dos de cada diez espectadores. No precisamente los del Queer Lisboa, que mantiene sus resultados desde hace un lustro. Cerca de ocho mil personas respaldan anualmente esta cita, que este año tenía un presupuesto de seis mil euros, el ochenta por ciento proveniente de la Cámara Municipal. “La temática queer, en estos momentos, no es un impedimento a la hora de conseguir subvenciones públicas. Sí lo fue al principio, cuando luchábamos por ganarnos nuestra propia credibilidad”, explica Ferreira, quien reconoce sin embargo “problemas a la hora de buscar la financiación en algunas fuentes privadas, a las que pedimos apoyo pero nos lo niegan exclusivamente por la temática”.

Queer Lisboa nunca fue pensado para un grupo de espectadores en concreto. Las encuestas muestran un público LGBT en una proporción del cincuenta por ciento. Lo queer está presente en cada película de manera transversal pero no exclusiva. “Buscamos una serie de lenguajes que den a conocer esta sexualidad y esta estética, pero en todo caso es una forma de hacer cine”, confirma el director. Lo pone de manifiesto la cobertura mediática que suscita y que, salvo excepciones, se concentra en la programación y en las propias películas, este año, con argumentos acerca de la crisis y las medidas de austeridad generadas por la troika.

Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Ni para el festival ni para los realizadores que exhiben su trabajo, entre ellos, el artista visual Rui Mourau, que presentó El carnaval es un palco, la isla una fiesta. Se desplazó hasta las Azores para documentar desde una perspectiva antropológica la vida de una población rural aislada, “tradicionalmente homofóbica pero muy abierta paradójicamente a las prácticas transgénero y homosexuales, que se producen sobre todo durante el carnaval. Muestro que en las tradiciones rurales tampoco es posible reprimir todo el tiempo un modelo binario de sexualidad”. No es el primer trabajo queer de Mourau, “entre otras cosas, porque yo soy gay y no hay una manera de ver el mundo, de producir, sin proyectar algo de ti. La imparcialidad no existe, es una ficción que se ha creído el modernismo”.

Mourau, que nunca tuvo “la preocupación” de hacer algo comercial, considera evidente que el cine “construye la identidad sexual” y agradece la existencia del Queer Lisboa “para contrarrestar una cultura que pone todo el énfasis en el sistema binario y en función de los genitales, algo muy reductor”. Su propuesta, como la de María Azevedo (El secreto según Antonio Botto), es posible para una sociedad que “comienza a ser más liberal desde hace una década, aunque todavía estamos lejos de ver este cine en las salas comerciales”, reconoce ésta. Confían entonces en productoras independientes como la de Maria João Mayer, Filmes do Tejo, que apoyan estos proyectos “como una apuesta personal y no económica. Porque es el cine que más me interesa y me gusta, pero no se puede encontrar en las grandes salas, dominadas por el cine estadounidense y por la cartelera oficial norteamericana. De otra manera no se entiende, porque Queer Festival demuestra que Portugal sí tiene otro tipo de público”.

De la dictadura a la crisis y el ‘crowdfunding’

De hecho, el nacimiento del cine lésbico, gay, bisexual y transexual portugués se remonta muchos años atrás, al final de la dictadura salazarista (1926-1974). “Las primeras ideas germinaron en los espectáculos travestis que se celebraban en el África colonial para los combatientes. Es curioso que haya sido así cuando la guerra es un ambiente mucho más masculino. En cierto sentido, antes las personas tenían muchas más barreras físicas pero mentalmente estaban tan deseosos de salir de la dictadura que una de las formas de proyectarlo era a través de espectáculos travestis. Ahora aparentemente tenemos más libertad pero hasta cierto punto marcamos más las diferencias”, argumenta la investigadora del ISCTE-Instituto Universitario de Lisboa Mariana Gonçalves, que estudia la representación de género en el cine a través de los personajes travestis.

Fue el 25 de abril de 1974 cuando Portugal rompió definitivamente el yugo del régimen del Estado Novo. El levantamiento militar conocido como la Revolución de los Claveles permitió la independencia de las últimas colonias portuguesas y, de puertas hacia adentro, transformó a la entonces metrópoli en un Estado moderno. Cambios en la política, cambios en la economía, cambios en la sociedad y cambios en la cultura, entre otros en el cine, que por vez primera emitía películas que de manera explícita reflexionaban acerca de la homosexualidad, el lesbianismo, la intersexualidad y la transexualidad. “Tanta opresión durante tantos años ha pesado mucho en la cabeza de la gente”, lamenta Gonçalves.

El artista plástico Óscar Alves y el cineasta João Paulo Ferreira fundaron la productora Cineground en 1975, la primera en hacer cine ‘queer’, entre comillas porque por aquel entonces ese término no existía. Hasta su disolución tres años después recorrieron locales de ambiente y pequeñas salas de diversión, con unos recursos escasos y unos equipos técnicos muy reducidos. Produjeron nueve películas en Super 8, “totalmente transgresoras, con mucha carga política pero también grandes dosis de diversión; muy inteligentes y con muchos mensajes subliminales”, remarca Gonçalves: Fatucha Superstar, Los demonios de la libertad, Adiós Chicago, El encanto indiscreto de Epifanía Sacadura, Soledad Povoada, Las aventuras y desventuras de Julieta Pipi, y otros tres filmes que ya no están disponibles: Trauma, Tiempo Vacío y Ruinas. Son los nueve primeros pasos del cine queer portugués.

“Como instrumento de la vida, el cine está para representar todas las realidades. Uno de sus mayores problemas es precisamente la proyección que hace de la sexualidad, que se muestra siempre entre dos extremos, el del puro deseo y el exclusivamente místico y emocional. Aunque poco a poco vamos teniendo otros discursos. Antes había que ir a ciertos locales de ambiente para escuchar esas otras voces y ahora ya no es necesario; pero sigue sin estar al alcance de la mano”, argumenta la investigadora. De fondo, su discurso deja entrever que no existen lugares en los que encontrarse con toda la sociedad representada. Divididos en departamentos estancos, se imponen cada vez más las clases de los viejos trenes. También en el cine, aunque con excepciones como el Queer Lisboa.

Una de esas grietas es la que quiere aprovechar Barba Rija, que aspira a convertirse en la primera comedia gay portuguesa para internet protagonizada por bears (osos), como se conoce a los hombres homosexuales de cuerpo robusto y vello facial y corporal. Antonio, Pedro y Ursão son tres amigos lisboetas conviven juntos en Barba Rija, un proyecto que no cuenta con actores profesionales en una huida intencionada de las construcciones establecidas. Detrás de la idea está André Murraças quien, tras un primer intento fallido de mecenazgo a través de bares y locales LGBT, confía en la financiación colectiva (crowdfunding) para hacer realidad los trece episodios que ya tiene escritos.

* (Foto)periodista freelance especializado en temática internacional. Publicado en Pikara Magazine
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