El desaparecido Cipriano Martos, por Miguel Buñuel

El desaparecido Cipriano Martos, por Miguel Buñuel

En 1978, el escritor Miguel Buñuel escribió un relato basado en las circunstancias de la vida y muerte (asesinato) del militante del FRAP, Cipriano Martos. Relato que reproducimos a continuación

Frío. Oscuridad de mina de lignito. Ni el menor asomo de luz. Ni de sol, ni de carburo. Contengo la respiración, los latidos, y tan sólo escucho el silencio, como un grito.

Quiero mover los dedos de las manos, de los pies. Quiero mover las muñecas, los tobillos, el espinazo. Quiero mover las caderas. la cintura, el tronco, el cuello, la cabeza. Y no puedo. ¡No puedo!

Estoy atado a un sillón monacal, desde las uñas de los pies a la punta de los tobillos.

En mi cuerpo desnudo siento en toda su extensión el pálpito de las heridas abiertas, de las quemaduras infectadas, de los moratones tumefactos y, por dentro, el crujir de huesos rotos y el derrame de visceras desgarradas.

Quiero abrir los párpados. Quiero despegar los labios. Y tampoco puedo. Están pegados.

Resoplo por la nariz y suena como el llanto de un niño. Y escucho estruendo de carcajadas. Y un grito:

– ¡Basta!

Y una voz imperativa de mando, más imperativa y de mando que en días anteriores: – ¡Quitadle los esparadrapos!

De un tirón, me quitan el esparadrapo de la boca, y los labios, ya despellejados, vuelven a rezumar sangre. De un tirón me quitan el esparadrapo de los ojos, y me arrancan las últimas pestañas y las legañas purulentas. Luz. Sólo luz que me hace cerrar apretadamente los ojos. Mil vatios han penetrado en la retina, hundiéndose en un abismo negro. Por enésima vez. Y para mí nueva voz imperativa demando: – ¡Despertadle!

Una ducha de agua helada cae sobre mi febriciente cuerpo desnudo. Tirito. Mis dientes castañetean. Y siento la médula congelarse en un resquebrajamiento de huesos. Abro los párpados y vuelvo a cerrarlos. Me colocan unos aros oculares que fuerzan tener los ojos desmesuradamente abiertos. Son dos brasas. Ardiendo.

Y la voz ultraimperativa de mando: – ¿Tu nombre?

Y mi boca seca, sin el menor rastro de saliva, contesta como el muñeco roto de un ventrilocuo. Vuelve a pronunciar la misma cantinela de un día. Y de otro. Y de otro. Y de otro…. – Cipriano Martos Jiménez.

– ¿Natural?

– Huétor-Tajar, Granada.

– ¿Nacido?

– Cinco de julio de mil novecientos cuarenta y cinco.

– ¿Hijo de …?

– Cipriano y Manuela.

– ¿Residencia?

– Reus.

– ¿Domicilio?

– Calle Catorce de Abril, número tres.

De la luz, vino el rayo de un puño que me aplastó el mentón.

– ¡Esa calle no existe! ¡Ni en Reus, ni en ningún lugar de España!

– En Reus si existe, en los barracones de la Osa Menor, en la prolongación de la avenida del general Prim.

– ¿Profesiones que has tenido, si es que has tenido alguna?

– Jornalero en la vega granadina de Huétor-Tájar. Minero en Castellote, Teruel. Y albañil, aquí en Reus.

– ¿Por qué dejaste el campo?

– Porque cuando volví a mi pueblo, después del servicio militar, no encontré trabajo.

– ¿Dónde hiciste el servicio militar?

– En Sevilla.

– ¿Jurarías bandera, por supuesto?

– No. Otro puñetazo, salido de la luz, se incrustó en mi pómulo izquierdo.

– ¿ Y eso?

– Estaba en el calabozo.

– ¿Por qué?

– Porque le dije al capitán que así como mi padre juró la bandera republicana, yo sólo podía jurar esa bandera y no otra.

Una bota zigzagueando desde la luz, me golpeó el esternón. Dejé de respirar.

– ¿ Y cómo te hiciste minero?

Silencio. Seguía sin respirar. Y la voz imperativa de mando gritó.

– ¡Contesta!

Y una mano enguantada me abofeteó repetidamente: uno dos, uno dos, uno dos…

– ¡Refrescadle!

De nuevo la ducha helada cayó sobre la caliente desnudez de mi cuerpo en llaga viva. Respiro hondo. Tirito. Tartamudeo:

– Me..me…me hice minero por …por…porque otros de mi pueblo se hicieron … Tra…tra…trabajan en las minas de lignito del…del …del Bajo Aragón.

– ¿ Y por qué dejaste de ser minero?

– Por establecer la OSO en toda esa comarca minera…

– ¿La osoqué?

– La Oposición Sindical Obrera.

– Contra los Sindicatos Nacionales, contra las Leyes Fundamentales del Reino … ¿Te das cuenta, muchacho, que eso es una ilegalidad como una catedral? ¿Y cuándo fue eso?

– En mil novecientos setenta.

– ¿ Y cómo fue venir a Reus?

– Por otros paisanos andaluces mineros.

– ¿Mineros de dónde?

– De Utrillas o de Escucha o de Andorra o del propio Castellote, en cuyas minas trabajaba.

– ¿Nombres?

– Ninguno.

Unas barras de hierro, a diestro y siniestro, empezaron a golpearme los codos, las rodillas, los tobillos.

– ¿Nombres?

– ¡Ninguno!

– ¡Basta! -y dejaron de golpearme-.

– ¿De dónde venías la madrugada del treinta de agosto del presente año de gracia de mil novecientos setenta y tres, cuando te detuvieron?

– Del tajo.

– ¿A las tres de la madrugada?

Estrapelucio de carcajadas:

– ¡Ja -ja-ja…aj-aj-aj..!

– ¡Silencio! ¡Responde, muchacho!

– Tuvimos que rescatar a varios compañeros que habían quedado atrapados por corrimiento de tierras en las cimentaciones.

– Sin contemplaciones, quiero nombres, nombres no sólo de los que componen contigo la ilegalísima oposición sindical obrera, también tu partido comunista marxista-leninista, nombres y direcciones de Reus, de Barcelona, de Madrid y de donde sea… ¡Y ya! ¡Ya!

– ¡Ninguno!

Sombras encapotadas, coronadas por tricornios, agitándose.

– Pero -voz imperiosa de mando aflautada- este muchacho está fresco, totalmente fresco ¿Qué medidas le habéis aplicado para que confiese?

– Todas las habituales.

– ¿Corriente eléctrica en los testículos?

– Sí, por supuesto.

– ¿Púas de acero por debajo de las uñas hasta el metacarpo?

– Sí, por supuesto.

– ¿Soplete en las tetillas y a discreción?

– ¿Y cuántos días lleváis así, sin el menor resultado?

– Desde la detención, el treinta de agosto, hasta hoy, diecisiete de septiembre.

– ¿Habéis probado con el licor de la verdad?

– No.

– ¿A qué esperáis? ¡Traed el vitriolo!

Inmediatamente me desataron la frente del respaldo del sillón monacal, arrancándome muchos cabellos. Y me doblaron la cabeza, mirando al techo. Uno me apretó con sus dedos enguantados las narices y otro me abrió la boca con unas tenazas de acero, las que usan los otorrinolaringólogos para operar las amígdalas.

Y un chorro continuo de ácido sulfúrico penetró en mi boca como una espada de fuego que me atravesó de la garganta al recto.

– ¡Basta! -y el que sujetaba la botella del vitriolo fue empujado a un lado.

Danzan negros tricornios charolados. Por mi boca sale espuma del mar Mediterráneo. Danzan capotes verdosos cubiertos de rocío de sangre. ¿Dónde el verde viento, las verdes ramas? ¿Dónde el barco sobre la mar y el caballo en la montaña? ¿Dónde mi Huétor-Tájar de Granada? Grito: – ¡Nunca me arrancaréis mi alegría y mi persona!

La voz ultraimperativa de mando chilla:

– ¡¿Nombres y direcciones?!

Silencio. Alguien se acerca. Siento su cabeza, su oído pegado a mi pecho. Se yergue y exclama:

– Este muchacho ha muerto.

Padres, hermanos, amigos, compañeros, camaradas: No reclaméis mi cadáver, ni ahora que han pasado cinco años de mi muerte, pues ceniza fue mi cuerpo, aventada en el delta del Ebro.

Y os digo, en este diecisiete de septiembre de mil novecientos setenta y ocho, con toda mi alegría y persona intacta que me siento muy feliz al veros reunidos aquí, en la plaza de Huétor-Tájar con todo mi pueblo y pueblos de la comarca, bajo nuestras queridas banderas al viento.

A todos vosotros, a ti padre que me engendraste, a tí madre que en tu seno me llevaste, a vosotros mis hermanos y compañeros que de niños conmigo jugastéis, a vosotros mis amigos de tasca, mis amigas de baile, a vosotros mis compañeros de trabajo en la vega granadina de Huétor-Tájar, en las minas turolenses de Castellote, Utrillas, Escucha, Andorra… en las construcciones tarraconenses de Reus, a vosotros mis camaradas de lucha por el bienestar del género humano, a todos los pueblos de España, y a tí, Mariana, que representas a las muchachas que he amado y me han amado, y que como prueba de tu amor me tejiste una bandera con los colores rojo, amarillo y morado… A todos ¡salud!, y gracias por vuestro homenaje.

Septiembre de 1978.

* Miguel Buñuel (Castellote, Teruel, 1924 – Madrid,1980). Brillante escritor especializado en literatura juvenil. Afiliado a la Convención Republicana de los Pueblos de España en la que dirigió su periódico Tricolor, también fue militante del Partido Comunista de España (marxista-leninista) hasta su muerte.

Premios recibidos: Jauja, Lazarillo, el Internacional Andersen de literatura Infantil, Premio Selecciones de Lengua Española…

Este relato se presentó al Concurso Nacional de Cuentos “Hucha de Oro” de 1978. Publicado en 1985 por Ediciones Vanguardia Obrera, S.A.

* Más sobre Cipriano Martos

 

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One thought on “El desaparecido Cipriano Martos, por Miguel Buñuel

  1. Donde están esos que torturaron a Cipriano? Si fuéramos un pueblo digno no permitiriamos que este y otros crímenes permanezcan impunes. Como no destapar esas atrocidades,que las conozcamos todos y también los descendientes de esas hienas que torturaron a todos los Ciprianos de España!

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