El sorpasso y la herencia recibida

El sorpasso y la herencia recibida

diana259-loquesomosRafael Cid*. LQSomos. Mayo 2016

“La Familia Alcántara también trinca.
Cuéntame cómo pasó”
(Pintada callejera)

La legislatura fallida que acabamos de enterrar se basó en un sorpasso imposible. Una negatividad basada, contra toda lógica aritmética e ideológica, en que PP y PSOE intentaran sendas salidas políticas incongruentes. Los de Rajoy quietos paraos si los socialistas no les amigaban, y la sedicente izquierda de Sánchez pactando con la nueva derecha de Ciudadanos. Pero ahora, finiquitado esa absurda peripecia, todo se orienta hacía la estrategia del sorpasso posible. No hay más que ver los rejonazos con que dos de los diarios nacionales alineados con el régimen saludaban el pacto Podemos-IU para comprobar cómo se ceban las escaramuzas venideras. El País mostrando en portada a Alberto Garzón y Pablo Iglesias con el puño en alto, y su colega El Mundo, también en primera, enarbolando la imagen de ambos líderes con sendos botellines de cerveza en la mano. Se llama rigor informativo.

Dejando aparte el pitufeo de sorpasso si / sorpasso no, lo que resulta ridículo es pensar, como evidencian estos tribunos mediáticos (terminales de los poderes fácticos), que se puede poner puertas al campo jugando con el miedo al retrocomunismo o sugiriendo que los dirigentes de Podemos y de IU son políticos tabernarios. Pueril por el cerril infantilismo de esas insinuaciones subliminales, pero preocupante también porque revela que esos periódicos actúan como sicarios del statu quo. Estamos ante unos medios de comunicación dispuestos a manipular la realidad hasta la astracanada con tal de impedir que la demanda de cambio real que existe en la sociedad llegue a las instituciones.

Un intento baldío. Porque si el bipartidismo dinástico hegemónico del PP y del PSOE ha entrado en vía muerta, sus respectivos voceros van a la zaga, directos a la insignificancia a través del descrédito más absoluto. Como no podía ser menos con una industria cultural que postula la ficción de una democracia de númerus clausus. Tiran al niño con el agua sucia del baño. El diario El País anda sumido en una deuda de más de 3.000 millones de euros, con su presidente Juan Luis Cebrián pillado infraganti por la persona interpuesta de su ex en “los papeles de Panamá”, y sacándose de la manga un 40 Aniversario propagandístico al mismo tiempo que la OJD certifica una caída del 10% en las ventas de 2015. Y El Mundo zozobrando en sus propias deposiciones mientras sufre la primera huelga de su historia como respuesta al brutal ERE que la empresa quiere ejecutar para salvar los muebles. “Nulla aesthetica, nulla ethica”.

Ese tenebrismo de opereta que pretenden fabricar desde la zona zombi del sistema, calificando de “extremistas”, “radicales” o “comunistas” a la convergencia de Podemos con IU, sigue el guion bufo de la Transición con aquello de “no volver a las andadas”, utilizado para justificar el continuismo de máximos. Lo que ocurre es que ni la España de hoy es la de 1977, ni a los votantes actuales se les puede manejar con trucos de monaguillos. Hoy existe una mayoría social, dos generaciones largas, ajena a aquella trama de capitulaciones mutuas. Mientras, por el contrario, el conocimiento político de la ciudadanía pivota sobre las casi cuatro décadas de rodillo bipartidista oficiado por los gobiernos PP-PSOE. Y por si fuera poco, para refrescar la memoria de los nuevos electores, tienen por referencia doliente las políticas austericidas aplicadas al alimón por Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy para que la crisis la paguen sus damnificados.

Sin embargo, esa hostilidad preventiva señala en dirección a una asignatura pendiente de la democracia realmente existente. Para pasar del atado y bien atado a un verdadero protagonismo de la sociedad civil, es necesario superar un marco institucional que sigue condicionado por la impronta bípeda de PP y PSOE. Hasta que ambos partidos no cedan su privilegiada posición ante nuevos actores políticos con toda normalidad, no podrá decirse que los valores democráticos en nuestro país son algo más que una exquisita declaración de intenciones. En ese sentido, la posibilidad de que la nueva coalición entre Podemos e Izquierda Unida alcance el sorpasso, y ese éxito se plasme en un gobierno de izquierdas, será la verdadera prueba de algodón de la mayoría de edad de muestra democracia. Se trata otra vez de «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal», que decían los viejos del lugar. Lo que ya ha ocurrido en la Unión Europea, con consecuencias contrapuestas, en los casos de Grecia, con la Coalición Radical de Izquierda Syriza, y de Portugal, con un ejecutivo socialista apoyado por los comunistas del PCP y el Bloco de Esquerda.

Además, se trata de una alarma tan ilegítima como infundada. Sin evidencia empírica. Desde “el abrazo de Vergara” entre el fascista Manuel Fraga y el estalinista Santiago Carrillo en el Club Siglo XXI en 1977, que inauguró la Transición, han sido varias las ocasiones en que el Partido Comunista de España (PCE), con sus siglas desplegadas o mediante bandera de conveniencia como en IU, ha gobernado con el PSOE. Lo hicieron en los primeros “ayuntamientos democráticos”. Se intentó en el 2000 con la alianza preelectoral entre Joaquín Almunia y Francisco frutos, que terminó en desastre dando la mayoría absoluta a Aznar (que, por cierto, nombró a una dirigente del PCE, Pilar del Castillo, ministra de Educación). Y recientemente, entre 2012 y 2015, en la Junta de Andalucía, ocupando su vicepresidencia Diego Valderas, entonces coordinador general de Izquierda Unida (IU) y dirigente del PCA, a pesar del tsunami de corrupción por el asunto de los ERE que afectaba a la administración socialista en aquella comunidad. La diferencia en todo caso sería de escala, ya que ahora se trata del gobierno del Estado. La herencia recibida.

Y ahí es donde el sorpasso puede revirarse en nueva sorpresa. Si la alianza Podemos-IU alcanzara sus últimos objetivos, superando en escaños al PSOE, sería muy difícil que hubiera gobierno de izquierdas. Los socialistas difícilmente aceptarán supeditarse a un partido startup que busca crecer a su costa. De ahí que ese triunfo puede no compulsar en la victoria final. Por el contrario sería mucho más fácil en el supuesto de que el 26-J reafirmara a Pedro Sánchez en el segundo puesto, evitándole el trago de aparecer como peón del “pablismo”. Esa retranca explicaría el “no” rotundo del PSOE al ofrecimiento de Podemos para formar coalición en el Senado, que no obstante le ha creado un conflicto interno al anémico liderazgo de Sánchez.

Quizás las cosas hubieran sido diferentes si el secretario general de Podemos no hubiera humillado tanto a Ferraz con sus bravatas de consentir graciosamente la presidencia del gobierno para Sánchez en la legislatura abortada, o la propina de la oferta de una vicepresidencia para la que está en puertas. Y ahora todo es mucho más complicado. En una primera fase, Iglesias cumplió el rol de quienes le abrieron los medios de comunicación para desactivar el alud de una protesta callejera antisistema, temida por su perfil horizontalista, autónomo y participativo, focalizando en su tirón telegénico la alternativa. Pero en estos momentos, la obsesión de esos mismos benefactores malgre lui está en amortizar a Pablo Iglesias en su marcha a través de las institucionales. Lo expresaba nítidamente un reciente editorial de El País cuando celebraba la aparición de Podemos por la “la necesidad de encauzar políticamente las reivindicaciones del 15-M para que no derivaran en peligrosos radicalismos. Algunos sectores habían cruzado el Rubicón democrático en actos celebrados ante el Parlamento de Cataluña o el Congreso de los Diputados. Tras los conflictos de orden público, lo cierto es que los éxitos electorales de Podemos han coincidido con la atenuación de esas tensiones callejeras” (La huella del 15-M. 17/05/2016). Y en ese conflicto de intereses se debate Podemos, quizá el partido que más se plantea la contienda política como un toma y daca de costes-beneficios. Lo que explica que la cohabitación con IU que hace unos meses despreció hoy Iglesias la considere imprescindible.

Ofrece pocas dudas es que en esta revancha los líderes políticos no concluirán su mandato sin cerrar acuerdos. En ese supuesto, y si el PSOE resiste el envite, cabría ver a Podemos-IU abstenerse para permitir el gobierno de Sánchez y Rivera que anteriormente frustró. Morir de éxito. En cualquier estamos ante un blanco móvil. Porque, aunque para la propia clientela queda bien afirmar que el sorpasso es sobre el Partido Popular, para suplantar a los socialistas como oposición a la derecha, resulta obvio que la riña central se va a dirimir entre los votantes generalistas de izquierda. Lo que hará sin duda que la guerra sorda sea a dos manos, PSOE y Podemos-IU, por el duelo para abanderar la polarización derecha-izquierda que va a presidir toda la campaña. Un terreno en el que Sánchez parte con el lastre de sus patéticos esponsales con Ciudadanos. En ese vaivén hay interpretar los soterrados corrimientos del PSOE en algunas comunidades con las confluencias. Léase entrada del PSC en el ayuntamiento de Barcelona con Ada Colau; las escaramuzas de Ximo Puig con Compromís en Valencia, e incluso la cada vez mayor empatía entre Manuela Carmena y el PSM en la capital. Tácticas de infiltración por la retaguardia para distraer efectivos del contrincante en la línea del frente.

* Kaos en la Red

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