Inmigración, fascismo y condiciones laborales

Inmigración, fascismo y condiciones laborales

Antoni Puig Solé*. LQSomos. Enero 2017

La derecha reaccionaria está consiguiendo atraer a muchos trabajadores a través de sus proclamas contra la inmigración, legal e ilegal. La gente constata diariamente cómo las grandes entidades corporativas y algunos pequeños y medianos empresarios utilizan la inmigración para reducir los salarios de los trabajadores y cómo la llegada de más gente presiona sobre los precios de la vivienda e incluso termina degradando algunos barrios. Todos sabemos que el llamado mercado libre, lo que al final hace es aprovecharse de las necesidades sociales para que los poderosos puedan obtener un beneficio. Cuanta más gente necesita trabajo, más baja el salario. Cuanto más gente necesita una vivienda, más sube el precio del metro cuadrado y más gente está dispuesta a vivir en malas condiciones. Por ello, ante esta realidad, muchas personas de buena fe creen que si defendemos una apertura de fronteras, ayudaremos al capitalismo a putear aún más a los trabajadores. Y los fascistas lo aprovechan.

La migración siempre ha tenido un lugar destacado en la agenda de las clases dominantes, en particular en las economías capitalistas centrales, ya que ha suministrado mano de obra en los períodos de expansión del capitalismo. El movimiento de personas a gran escala tiene mucha historia. En Cataluña, por ejemplo se han vivido diferentes olas. Las primeras de gente procedentes de otros lugares del Estado y la última, durante la burbuja, de personas procedentes mayoritariamente de América, Asia y África.

A estas alturas, las economías capitalistas avanzadas reclaman regularmente a trabajadores con habilidades particulares, como enfermeras, maestros, médicos… y trabajadores sociales, provenientes de los países en desarrollo o hundidos por conflictos militares. Muchos articulistas apuestan por una inmigración selectiva. En el fondo, lo que los teóricos del capitalismo proponen, es salvar a los inmigrantes en función de su currículum y en consecuencia, incentivan que los que no tienen el currículum “adecuado” mueran ahogados en el Mediterráneo o que se pudren intentando llegar, una vez y otra en Europa y cuando lo consiguen son deportados.

A los trabajadores migrantes o al menos una parte de ellos, se les asigna un papel particular bajo el capitalismo como un “ejército de reserva de mano de obra” y medio para presionar a la baja las condiciones laborales. Hay, incluso, muchos ejemplos históricos que nos recuerdan que se les ha utilizado como ardillas para reventar huelgas. Todo ello crea una situación compleja y conflictiva en el mundo del trabajo que a veces ha llevado a etiquetar como racistas a trabajadores que se limitaban a defender sus conquistas y reivindicaciones, frente a las maniobras cínicas del capital. El problema, no es el mal llamado racismo de los trabajadores. El problema está en la utilización clasista que hace el capital de todo, haya o no, apertura de fronteras.

De hecho, nunca se ha producido una apertura total de las fronteras. Los Estados siempre lo han limitado a un número acotado de personas que deben ser utilizadas y explotadas. Los capitalistas siempre han decidido cuántos trabajadores potenciales necesitan. Esto, en la época colonial era más transparente que ahora, ya que lo “decidía el mercado” a través de la captura y compra de esclavos. Ahora la cosa es más sibilina, pero se mueve igualmente por “la lógica del mercado” con la mano bien visible de la policía que pone barreras y garantiza que sólo entre en el país, de forma legal o ilegal, la cuota “requerida de trabajadores”. Cuando la situación se les descontrola, entonces dicen que hay un problema y se aplican medidas excepcionales, como vemos ahora mismo.

Las autoridades y los medios mayoritarios nos muestran las cosas desde otra perspectiva (desde la perspectiva de los capitalistas privados). Pero si desgraciadamente se contratan a los inmigrantes pobres con salarios más bajos, ¿quién tiene la culpa? ¿Los pobres migrantes o los empresarios que los explotan? ¿Los empleadores o los empleados? No nos atrevemos a atacar ni criticar a los patrones. Atacamos al más débil de la cadena, creyendo ingenuamente que así defendemos nuestros derechos. Olvidemos que un empresario siempre encontrará la oportunidad de contratar a alguien más pobre. Si no hay migrantes, entonces, encontrará otros pobres. Crear pobreza y exclusión forma parte de la naturaleza de un sistema construido sobre la acumulación de capital.

A los capitalistas les va de maravilla que una parte de los inmigrantes permanezcan en situación de ilegalidad. Así están más asustados y obedecen siempre. Un trabajador ilegal es un trabajador perfecto para un capitalista. De hecho, a los capitalistas les gustaría convertir en ilegales a todos los trabajadores (incluso a los nativos). A los sin papeles no hay que presionarlos para reducir sus salarios. No se les da de alta en la Seguridad Social. Se les ofrece un salario inferior y punto. Pero cuidado con vincular esta degradación laboral exclusivamente a los trabajadores extranjeros ¿No pasa algo similar con los nativos que hace mucho tiempo que están en el paro? No es eso, precisamente, lo que nos propone la patronal, como medida de reactivación económica?

Si todos los migrantes tuvieran los mismos derechos que los ciudadanos nativos; si todos los parados cuando acceden al empleo, lo hicieran en las mismas condiciones que los trabajadores ya empleados, todos reclamarían el mismo salario y el capitalismo perdería la posibilidad de hacerlos trabajar en peores condiciones que al resto.

Técnicamente, es más eficiente controlar a los empleadores que a los empleados. Es más eficiente prohibir que los patrones paguen salarios más bajos que prohibir a millones de personas que se muevan y viajen. De hecho, por eso se creó la inspección de trabajo, ¿verdad? Pero no se trata de una cuestión técnica sino económica y no lo olvidemos que vivimos en un país donde lo que domina es la economía capitalista. Y es ahí donde está el problema.

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