John Cassavetes: el valor para ser libre

John Cassavetes: el valor para ser libre

John-Cassavetes-loquesomosCarlos Olalla*. LQSomos. Octubre 2015

Hoy quiero compartir con vosotros un artículo que publiqué en Octubre de 2.004 en el periódico Última Hora, de Palma de Mallorca, sobre uno de los personajes más importantes, íntegros y fascinantes de la historia del cine: John Cassavetes. Para los que no conozcáis en profundidad su irresistible personalidad y su impagable aportación al mundo del cine, he ampliado algunas notas de aquel artículo en las que hablaba de su biografía y de su increíble forma de trabajar. Espero que os guste y que esta entrada os acerque un poco a la poliédrica personalidad de un ser tan completo, complejo e imprescindible como John Cassavetes.

“Creo que seré recordado como actor, no como director”. Puede que esas premonitorias palabras de John Cassavetes sean ciertas pero, para los verdaderos amantes del cine, él es y será siempre un hombre libre que rompió con todo y con todos para crear un mundo nuevo: el del cine independiente, ese cine que nada sabe de cuentas de resultados, pero sí sabe todo sobre esas historias cotidianas aparentemente sin importancia que son tu vida o la mía.
Norteamericano, hijo de inmigrantes griegos, Cassavetes nació en 1.929, en plena Depresión, en el seno de una familia humilde a la que el dinero nunca le importó (“Nunca supimos que éramos pobres mientras lo fuimos. Mi padre y mi madre nunca tuvieron miedo a nada. Siempre sintieron que tenían que pasar por esta vida felices y sin miedo, y lo hicieron”).
Su adolescencia no se diferenció mucho de la del resto de los jóvenes de su generación: juergas y chicas marcaron el único rumbo que le interesó. De hecho se matriculó en la American Academy para estudiar arte dramático porque le habían dicho que allí había unas chicas fantásticas.

Aunque siempre había sido el “payaso” de la familia y sus continuas bromas el centro de atención de sus compañeros de clase, su decisión de dedicarse a la interpretación nada tenía que ver con la vocación o los sueños de juventud: era, simplemente, una manera de retrasar su incorporación al mundo laboral, un mundo demasiado encorsetado y aburrido para sus ansias de libertad. Puede que fuera su padre el que le hizo abrir los ojos y entender de verdad lo que estaba haciendo cuando, informado por John de que había abandonado los estudios para ser actor, le contestó muy solemnemente: “Hijo mío, has elegido una carrera muy noble. ¿Sabes qué tipo de responsabilidades conlleva? Vas a representar la vida de los seres humanos. Hablarás por todos los que no tienen voz.”

Sus inicios, como los de la mayoría en su profesión, fueron muy duros. Fueron muchas las calles que vieron deambular sin rumbo a aquel joven actor en paro dispuesto a renunciar a todo menos a sí mismo para seguir adelante. Algunos pequeños papeles en el cine y en el teatro fueron todo lo que consiguió hasta que un nuevo medio, la televisión, le abrió sus puertas. Interpretó y dirigió algunos capítulos de varias series televisivas. Allí aprendió que un espíritu libre e independiente como el suyo no tenía cabida en un mundo en el que lo único que importa son los niveles de audiencia y los beneficios económicos

Su fuerte personalidad y su carácter irreductible le hicieron chocar de frente con las cadenas de televisión y los grandes estudios de cine. Pronto se ganó la fama de tipo egoísta y peleón que no aceptaba las reglas del juego y pronto, muy pronto, le cerraron todas las puertas.
Con un grupo de amigos, y sin un duro en el bolsillo, montó una escuela de teatro. Nunca le gustó enseñar, y menos aún decirle a alguien cómo debe interpretar una escena, así que aquella escuela no tuvo mucho éxito.

Poco después, en 1.957, empezó a rodar “Shadows”, su primer largometraje como director. Su filosofía era muy clara: quería que el espectador recibiera la verdad y sabía que eran los actores quienes tenían que crearla para poder dársela. Consciente de que no hay creación sin libertad, decidió romper con todos los esquemas y los tópicos de la industria cinematográfica para que los actores se sintieran realmente libres. Para Cassavetes si un actor tenía que estar pendiente de la marca en el suelo, de no salirse del espacio iluminado o de elevar la voz para que el técnico de sonido la registrase bien, ese actor haría todo menos crear.

De hecho concibió todo el rodaje con ese único y exclusivo fin: conseguir la verdad de sus actores. Para ello alejó la cámara cuando creyó que era necesario, fue de los primeros en rodar cámara al hombro, y lo hizo llevando él mismo la cámara, y no dudó en prescindir de los operadores de cámara profesionales para que fueran los propios actores los que filmaran las secuencias ya que sabía que eran ellos quienes mejor podrían intuir cuándo iba a “saltar” la magia en una secuencia, que era precisamente lo que le interesaba filmar. Los “eléctricos” siempre tenían que iluminar el set en 360 grados para que los actores pudiesen moverse sin ningún tipo de limitación. Nunca le importó que un plano no estuviese perfectamente enfocado: siempre antepuso la verdad interpretativa a la perfección técnica.

Muchas veces los actores no sabían si estaban rodando o no; a veces incluso él mismo, en plena acción, entraba en el set para comentar con ellos alguna cosa y luego, sin cortar, dejaba que siguieran haciendo la secuencia. Jamás le dijo a un actor lo que quería que hiciera: Cassavetes siempre se limitaba a hablar con ellos y hacerles preguntas para que buscasen su propia verdad y se animasen a expresarla sin miedo.LoQueSomosJohn-Cassavetes

Prescindió de la planificación rígida del rodaje y dedicó la mayor parte del tiempo a ensayar con los actores (muchas veces simples aficionados o gente sin ninguna experiencia), incentivando la improvisación y escribiendo el guión en función de sus aportaciones cuantas veces fuera necesario. Y Cassavetes hizo todo esto rodando en 35 mm., no en digital, con el coste que eso suponía de película y revelado.

El resultado fue que lo que iba a ser un proyecto de algunos meses se alargó más de tres años, los costes estimados se dispararon y Cassavetes perdió todo lo que tenía, llegando incluso a hipotecar su propia casa por 50.000 dólares para poder acabar la película que, no podía ser de otra manera, jamás llegó a los circuitos comerciales y sólo fue vista por unos cuantos espectadores que, en su mayoría, no la entendieron. Hoy, pasados más de cincuenta años, “Shadows” es una película mítica en la historia del cine, una leyenda para todos los cinéfilos, una obra maestra que no debes dejar de ver.

A “Shadows” le siguieron “Faces”, “Husbands”, “Así habla el amor”, “Una mujer bajo la influencia”, “The killing of a chinese bookie”, “Opening night”, “Gloria”, y “Corrientes de amor”, inolvidables todas ellas para los amantes del cine y verdaderas lecciones magistrales de interpretación. Para financiar sus películas Cassavetes actuaba en las de otros, como “La semilla del diablo” o “Doce del patíbulo”.

Murió de cirrosis en 1.989. Dejó escritos más de cuarenta guiones que nadie se atreverá a rodar porque, como él decía, “son muchos los que quieren trabajar como yo lo hago, o trabajar conmigo, pero no es cierto. No quieren pasar por lo que hay que pasar para trabajar de esa manera. Quieren protegerse. Tienen miedo. No quieren arriesgarse. Como artista que soy opino que debemos probar cosas diferentes; pero, por encima de todo, tenemos que atrevernos a fracasar. Los que consiguen las cosas no son los que se quedan al margen y piden permiso para todo, sino los que se zambullen de cabeza. No quiero el reconocimiento, la fama es insoportable. ¿Ves esta casa? Cuando la compré pedí prestados 50.000 dólares y hoy, treinta años después, sigo debiendo 50.000 dólares. ¿Qué te dice eso de mi carrera? Llevo más de treinta años haciendo películas, y ninguna de ellas ha hecho de verdad mucho dinero. Pero no hay nadie en el mundo que pueda decirme que no conseguí lo que quería. Y ese es el sentimiento más grande que he tenido en mi vida. El fallo está en que se respeta el negocio, se reverencia el dinero, no el arte. El cine es un arte, un arte hermoso, ¡es magia! Con las herramientas de las que disponemos tratamos de cambiar la vida de la gente. ¡Me encantan mis películas! Son todo lo que hay en mis hijos, todo lo que hay en mi familia, todo lo que hay en mis amigos. Sí, amo esas películas. Son películas sinceras, directas, que tratan de cosas que quizá no sabemos, pero que nos hacen preguntas, esas preguntas que la gente se hace todo el tiempo. Cuando haces una película no puedes ir a buscar diez centavos y querer regresar con un millón. Hay que ir a por todas. Fracases o no, hay que ir a buscar lo que, cuando terminemos, nos habrá hecho mejores personas. Me gusta trabajar con amigos, y para los amigos, en algo que pueda ayudar a alguien. Algo con humor y tristeza a la vez; cosas sencillas. Lo importante es tomar conciencia de que hay distintas maneras de hacer cine y diferentes aproximaciones, y eso depende de lo que tú eres. ¡Lo que quiero decir es que no quiero que nadie me imite!”.

En la mayoría de sus películas trabajó con su familia y con sus amigos más íntimos (Gena Rowlands, su mujer, es la protagonista de la mayor parte de ellas; sus propios padres intervienen en “Una mujer bajo la influencia”, y sus inseparables amigos Peter Falk, Ben Gazzara y Seymour Cassel suelen estar presentes en todas sus películas haciendo los mejores papeles que han hecho en su vida). Siempre buscó rodearse de los suyos para crear un ambiente muy familiar en sus rodajes. De hecho, alguna de sus películas, como “Una mujer bajo la influencia”, están rodadas en su propia casa.

En “Intimo Cassavetes”, un documental imprescindible para conocer su arrolladora personalidad, todos ellos, junto a otros monstruos de la pantalla que tuvieron el privilegio de trabajar con él, como Sean Penn, evocan sus recuerdos y las anécdotas más divertidas e increíbles que vivieron con este genio del cine. Nunca puso reparos a hacer los trabajos menos atractivos, como repartir personalmente por las calles de Nueva York los panfletos anunciando el estreno de sus películas.

Para reducir los costes de los rodajes, siempre recurría a su inagotable imaginación: el público que asiste a la representación teatral en “Opening night”, cerca de dos mil personas, no son figurantes, sino que es público de verdad, al que había invitado a entrar en la sala anunciando en la puerta del teatro una representación gratuita interpretada por Gena Rowlands, John Voight y él mismo. Gena Rowlands ha comentado en más de una ocasión que la célebre escena en la que John le pide que se cojan sus piernas e intenten andar fue totalmente improvisada delante de esas dos mil personas.

John-loquesomos-CassavetesSon innumerables las anécdotas, pero me quedo con una que refleja perfectamente la personalidad de Cassavetes y su total animadversión hacia la violencia y su reflejo en el cine: en medio del rodaje de “The killing of a chinese bookie”, cuando llega el momento de rodar la secuencia cumbre en la que Ben Gazzara va a disparar al viejo corredor de apuestas chino al que tiene que asesinar, tras haber rodado todos los planos del interior de la casa en los que vemos al anciano bañarse en un jacuzzi con una joven prostituta ajeno por completo a lo que le va a pasar, Cassavetes detiene súbitamente el rodaje y se va a cenar. Durante un buen rato no habla con nadie. Parece totalmente ensimismado en su propio mundo. Dos horas después, le pregunta a Ben Gazzara: ”Dime, Ben, de verdad, ¿tú crees que tenemos que matar al chino?”. Gazzara se queda totalmente descolocado “¿Cómo?”, “Sí -insiste Cassavetes- ¿de verdad crees que el viejo chino tiene que morir en la película?”. “John, estamos rodando una película que se llama “El asesinato de un corredor de apuestas chino” -le contestó Gazzara alucinado. Finalmente Cassavetes rodó la secuencia y terminó la película, uno de los mayores alegatos contra la violencia que se han filmado jamás.

Gracias, John, por haber roto tantas reglas, por habernos abierto una puerta a un mundo nuevo, por haber tenido el valor de atreverte a fracasar, por habértela jugado una y mil veces a una sola carta y, sobre todo, gracias por habernos demostrado que, incluso hoy, en este mundo nuestro plagado de telebasura y efectos especiales, en este despiadado mundo en el que hemos pasado del “pienso, luego existo”, al “consumo, luego existo”, quizá aún podemos ser libres… si de verdad nos atrevemos a serlo. Sé que tus últimas palabras fueron “Cuando yo muera, mucho después de que me muera, quisiera tener algún guión -¡o un pergamino!- para trabajar allá arriba, o allá abajo”. No sé si lo conseguiré, pero te aseguro que, cuando yo muera, intentaré llevarte unos folios en blanco y un lápiz bajo el brazo.

* La placenta del Universo

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