La fascinante lección que nos regaló la asexualidad

La fascinante lección que nos regaló la asexualidad

Marc G. Olabarría*. LQSomos. Octubre 2017

Para empezar, me gustaría disculparme de antemano por pasarme tanto tiempo sin escribir. Pero puestos a retomar la escritura de artículos, qué menos que hacerlo con un tema bastante rompedor. Además, actualmente este debate o enfoque de las relaciones humanas está cobrando mayor importancia, pero durante mucho tiempo ha estado despreciado. Para empezar, la propia asexualidad ha permanecido no oculta pero sí invisibilizada y por supuesto, reprimida. Esto es en gran parte porque existe un gran número de sujetos (sí) sexuales que desde un principio negaron la posibilidad de no vivir un deseo sexual innato, ya que no vivían en sí mismas dicha realidad (cosa tristemente frecuente y que da lugar a las estúpidas “fobias”).

Debo reconocer que me encantó la charla que dio ACEs en las primeras Jornadas LGBTI+ de la UC3M, a cargo de la asociación LGBTI+UC3M. Por supuesto, la ACEs es la Asexual Community España, la Comunidad Asexual española. Una de las cosas que dijeron entre otras muchas fue, que aunque a día de hoy y para muchísima gente la sexualidad y el romanticismo va de la mano, realmente ya no tiene por qué seguir siendo así. Para muchas personas YA no es así. El discurso ya me sonaba de lejos, y a pesar de todo, siguió siendo muy rompedor para mi. En la Comunidad Asexual es donde más claro se ve, sin duda alguna. ¿Por qué? Vamos a deconstruir el discurso e intentar analizarlo en profundidad.

No hay que olvidar que la asexualidad NO ES “una falta de orientación”, tal y como predican muchas personas no asexuales. La asexualidad es una orientación sexual como otra cualquiera e igualmente válida. La cuestión es que las personas asexuales no dirigen un deseo sexual hacia ninguna persona, no sienten esa necesidad; ello no indica que en un momento dado mantengan una relación sexual con una persona de su elección, que así lo deseen y así se haga. Pero en ellas no se produce ese deseo sexual, tal y como sí se produce en las personas (sí) sexuales. Del mismo modo, que una persona asexual no tenga relaciones sexuales no significa que no pueda tener relaciones amorosas de todos los tipos que existen. Y he aquí mi particular fascinación (y punto de inflexión) por la diversidad afectivo-sexual humana.

En la gran mayoría de ocasiones (por lo que sabemos hoy día) las personas Homo-Sexuales también son Homo-Románticas. Las personas Hetero-Sexuales son a priori Hetero-Románticas. ¿Y las personas asexuales? Pues seguirán siendo asexuales pero con enfoque en el romanticismo: homorromanticismo, heterorromanticismo, birromanticismo, arromanticismo… Tal y como las orientaciones sexuales, pero enfocado a ‘de quién’ te enamoras o ‘con quién’ estableces más frecuentemente una relación de complicidad. ¿No os parece fascinante? De ahí que ciertas personas conocidas y amigas de mi círculo activista, al mantener este debate, se hayan dado cuenta de que son homosexuales pero birrománticas (también ha habido otras combinaciones, pero sería poco eficiente ponerlas todas). Porque la sexualidad puede ir orientada en una dirección y seguramente el romanticismo también irá orientado en la misma, pero puede que no. En diversos relatos, experiencias y congregaciones activistas, recuerdo cómo se comentaba que un hombre le comentaba a su mujer cómo él siendo heterorromántico le había nacido un deseo homosexual innegable, pero que su romanticismo por ella seguía tan intacto como el primer día.

Hay sin duda mucho que aprender de la diversidad humana, de cómo se genera y nos apropiamos del lenguaje, siempre desde la inclusión y el respeto. Pero también surge el tema, sobre el que ya he escrito, de si tanta etiquetación al final será contraproducente. Desde mi punto de vista, para empezar a construirnos es importante establecer unas etiquetas con las que podamos relacionarnos y reconocernos. Pero el último paso es llegar a la desetiquetación, porque al fin y al cabo las etiquetas no dejan de ser palabras que nos constriñen. Y por supuesto, acabar siendo nosotras mismas siempre.

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