La Habana Jazz

La Habana Jazz

Rosa Marquetti Torres*. LQSomos. Junio 2017

Encontrar a Esperanza Spalding caminando por Prado cerca del Capitolio; tropezar con Marcus Miller que toma fotos en una calle perdida de Centro Habana; estar delante de Quincy Jones cuando comparte con el auditorio detalles de cómo compuso la banda sonora de El Color Púrpura; ser testigo de cómo el bajista camerunés Richard Bona construía su personal y tremenda versión de Caravan con Marcus Miller en el bajo y los cubanos maravillosos Osmany Paredes en el piano y Denis Hernández en la trompeta ante un enardecido y abarrotado Anfiteatro de Guanabacoa; o presenciar el momento en que un estudiante del conservatorio Guillermo Tomás emocionado hasta las lágrimas, acude al llamado de Marcus Miller y le presta su bajo cuando el visitante, por un inconveniente técnico, no pudo utilizar de momento el suyo; asistir al increíble encuentro de la batería de Yissy García con el bajo y la voz de la Spalding; o de Eme Alfonso y su grupo con la saxofonista chilena Melissa Aldana; enterarte de que la violinista Regina Carter daba un taller de interpretación en el Instituto Superior de Arte; toparte con Chucho Valdés caminando por La Habana Vieja junto a Gonzalo Rubalcaba; o escuchar a Herbie Hanckok reconocer emocionado a los cubanos Mario Bauzá, Machito y Chano Pozo junto a Dizzy Gillespie como los padres del jazz latino. Todo esto y probablemente mucho más podría haberte sucedido durante esta semana en una Habana desbordada de jazz y jazzistas.

Con ganas tremendas de tener el don de la ubicuidad, era difícil decidir por cuál opción decantarse, ante la variedad de jams, conciertos y encuentros, con el hándicap que el programa general no tuvo la difusión que, al menos yo, hubiese deseado. Aún así, todos los sitios se llenaban, pues funcionaba el “correo de voz” cubano: si los jazzfans pudieron movilizarse, asistir, disfrutar y hasta interactuar con sus ídolos, los estudiantes de música y los músicos cubanos en general fueron, por suerte, los más favorecidos con ese contacto directo con músicos de tal estatura y quienes, en muchos casos, son sus iconos y paradigmas. Una suerte verdadera que estos tiempos han traído consigo, ¡¡¡desconocida para los que le han antecedido!!!

Habrán de pasar varios días para poder sedimentar las percepciones y emociones que nos trajo esta semana por el Día Internacional del Jazz , instituido por la UNESCO, y la elección de La Habana para celebrar el concierto global, y sobre todo, la tarde de del domingo 30 de abril, a la que llegamos los que amamos el jazz con una mezcla de incrédula excitación y regocijo explícito. Un sobrio diseño de luces sobre el escenario anunciaba la proximidad del inicio de un concierto que podría plantearse difícil por el verdadero all stars internacional que debía hacerlo realidad. Pero la certeza de que aquello sería algo muy grande se instaló de inmediato en el auditorio cuando Oscar Valdés, legendario percusionista y cantante de Irakere, cantó a Changó con sus tambores batá en un opening que nos llevó de inmediato, no podía ser de otro modo, al mítico Manteca, de Chano Pozo y Dizzy Gillespie, con el respaldo de una banda dirigida por el cubano Emilio Vega. Así comenzó en La Habana, el concierto por el Día Internacional del Jazz, que unió sobre el escenario del Gran Teatro “Alicia Alonso” a más de cincuenta músicos de Cuba, Estados Unidos, Brasil, Japón, México, Corea, Líbano, Francia, Camerún, Alemania, China, Rusia, Italia y Túnez.

El programa articuló con mucho tino diversos estilos y vertientes dentro del jazz y los aportes de diferentes zonas planetarias al género, como modo de reafirmar el sentido universal que refrenda su libertad intrínseca. El jazz, quedó demostrado, es el lenguaje sonoro con el que todos podemos entendernos, más allá de idiomas, dialectos, costumbres y modos de pensar y actuar.

Nuestros cuerpos y nuestros sentidos estuvieron ese domingo abiertos para recibir toda la música excelente que desde la libertad del jazz nos prometieron y nos cumplieron estos músicos -los nuestros y los que vinieron- y los organizadores de este ya histórico e inmenso encuentro de tantas naciones para el jazz. Entre tanta excelencia, quedan conmigo de manera especial el intimista y magistral decir del piano de Harold López Nussa al acompañar a la no menos grande Cassandra Wilson; los solos tremendos de Julito Padrón en una cuerda de metales donde todos eran super estrellas; la voz increíble de Esperanza Spalding sometiendo al contrabajo al rigor de su extraordinaria sensibilidad y talento; el desempeño de Youn Sun Nah en su personal abordaje de Bésame mucho; el bajo de Marcus Miller, así, sin más adjetivos; la extraordinaria versión a dos pianos del clásico Blue Monk, donde Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba confluyen en sabida maestría y le hablan al gran Thelonius de nuevas y fabulosas lecturas y silencios en su famoso tema, regalándole y regalándonos una ejecución que es desde ya memorable.

Era evidente cuánto disfrutaron los músicos sobre el escenario y cuánto influyó el ambiente mágico y la buena onda de los días precedentes, y me pregunto qué habría ocurrido si todos los cubanos de a pie seguidores del jazz, que buscaron a rabiar un modo de entrar en el teatro, de hallar una invitación, de comprar una hipotética entrada para celebrar asistiendo al concierto el Día Internacional del Jazz, género que aman o al menos, disfrutan mucho, hubiesen podido acceder al Gran Teatro “Alicia Alonso”. Sin dudas, se habrían llenado las varias lunetas que se quedaron vacías -muy visibles en los planos generales de la transmisión televisiva- porque los agraciados receptores de invitaciones no asistieron, y no se articuló una opción para cubrirlos. Sin lugar a dudas, la calidez, el entusiasmo, el saber y la intuición desprejuiciada de los que acostumbran a disfrutar y escuchar el jazz habrían estremecido el teatro con una interacción músico-público mucho más orgánica y emocional y habrían aportado el toque final a la excelencia de esa tarde-noche habanera. Una fanaticada -y en el jazz mucho más- no puede ser imitada, ni sustituida.

No pude dejar de pensarlo todo el tiempo: ¡Cuánto hubiera disfrutado Leonardo Acosta de todo esto!

* Publicado originalmente en Desmemoriados: Historias de la Música Cubana

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