Los quinientos millones de la Begún

Los quinientos millones de la Begún

Javier Coria*. LQSomos. Julio 2016

Punto de inflexión en la novelística verniana

Los quinientos millones de la Begún inaugura la etapa más pesimista y subterránea de las novelas de Jules Verne. Dándole la vuelta a las utopías clásicas de Platón o Tomás Moro, Verne enfrenta una ciudad ideal a una ciudad-fábrica belicista, que anticipa el nazismo.

¿Una novela apócrifa?

Los quinientos millones de la Begún se publicó por primera vez en 1879, en el Magasin d’Éducation et de Récréation (revista editada por Pierre-Jules Hetzel, París), y ese mismo año apareció en formato libro editada por el propio Hetzel. La edición se hizo en un solo tomo con 19 capítulos y uno a modo de conclusión. La curiosa génesis de esta novela hizo que durante unos años fuera considerada apócrifa, aunque siempre se reeditaba firmada por Jules Verne. El argumento original no era de Verne, sino de Paschal Grousset. En 1878, Hetzel mandó a Verne un original manuscrito titulado La herencia de Angévol, del tal Grousset, un escritor novato. A Hetzel le llegó el texto a través del abate de Manas (región Ródano-Alpes, Francia), que quería ayudar al autor, pues estaba pasando una difícil situación económica. El editor juzgó que el texto era impublicable, pero su filantropía le llevó a comprar los derechos del texto por 1.500 francos, con el acuerdo de pasarle el manuscrito a uno de sus escritores y que Grousset renunciara a firmar la obra, cosa que aceptó. El escritor elegido fue Verne, que ya era un autor famoso. Al leer el manuscrito, Verne le escribió a su editor: “La novela, si es que esto es una novela, se ha hecho con una gran torpeza. Faltan en ella completamente la acción, la lucha y, por consiguiente, el interés. Nunca había visto algo tan deslavazado, y en el momento en que podría ganar interés, sencillamente fracasa… Tampoco veo un contraste deliberado entre la ciudad de acero y la ciudad próspera y civilizada, que no se describe”. Las misivas entre Verne y su editor continuaron; Verne, que había aceptado reescribirla por completo, le iba informando de los cambios, incluso del cambio de héroe. La intención política y filosófica también fue desarrollada por Verne, que el incipiente escritor llevaba en su cabeza pero no tuvo, al parecer, la pericia para plasmarla netamente en su escrito. La cuestión es que no se conserva el manuscrito de Grousset, por lo que es imposible contrastar la información, que sólo nos llega por la correspondencia entre Verne y Hetzel.

¿Pero quién fue Grousset? Paschal Grousset, nacido en Córcega en 1844. Dejó la medicina para dedicarse al periodismo y escribir novelas juveniles, de ficción científica, deportes y educación. Para ello utilizó diversos seudónimos, entre ellos el de Philipp Daryl y André Laurie. Fue miembro de la Comuna y se enfrentó a la dictadura del Segundo Imperio, llegando a ser diputado socialista por París, desde 1893, hasta su muerte, en 1909. En 1870, tuvo cierta celebridad por retar a duelo al primo del Emperador, Pierre Bonaparte, que había asesinado a Víctor Noir, que Grousset había enviado como su testigo de honor. Como tantos comuneros, Grousset fue desterrado a Nueva Caledonia, de la que consiguió huir en 1874, exiliándose en Inglaterra. De Grousset también es La estrella del sur, revisada y corregida por Verne, y El naufragio del Cynthia, que apareció fuera de la serie de Viajes Extraordinarios y doblemente firmada por Verne y el seudónimo de Grousset, André Laurie.

Argumento: de la ciudad utópica, a la ciudad siniestra

Dos científicos, uno francés y otro alemán, reciben una sorprendente noticia de una firma de abogados de Londres. El doctor en medicina François Sarrasin, y el profesor de química Schultze, son los únicos herederos de una fabulosa fortuna de un mutuo pariente lejano, la Begún Gokool de Ragginahara, provincia de Bengala. El uso de la mitad los quinientos veintisiete millones de francos de la época, que reciben los afortunados, nos muestran la disparidad de personalidad y las diferencias ideológicas de los personajes. Sarrasin, un romántico humanista burgués como Verne, emplea su parte para el progreso humano, construyendo la ciudad ideal de France-Ville, donde se busca alargar la vida humana, donde todo se hace en pos del bienestar social y el trabajo es libremente asumido. En France-Ville, donde cada casa tiene teléfono y reloj eléctrico, la preocupación por la limpieza y la armonía son totales. Esto tiene que ver con la preocupación que Verne deja traslucir en algunas de sus novelas, nos referimos a la ecología y el interés por el racionalismo en la construcción de las ciudades, y por el higienismo, que nació en la primera mitad del siglo XIX, de mano de los liberales. Los personajes de acción son Octave Sarrasin, hijo del doctor, y su amigo Marcel Bruckmann: “…un año más joven que él, que lo superaba netamente en vigor físico, intelectual y moral”.

Por su parte, Herr Schultze, utiliza su parte para construir una ciudad-fábrica donde se producen armas para alimentar el belicismo de las nacientes potencias imperialistas del mundo. La ciudad se llama Stahlstadt (Ciudad de Acero), y una de sus mayores armas, un cañón gigante, apunta a la vecina France-Ville. Esta constante amenaza la veremos después en los misiles intercontinentales propios de la Guerra Fría, que apuntaban indistintamente a Washington o Moscú. Y los grandes obuses que vomita el cañón Schultze recuerdan, para el lector de hoy, a las bombas volantes V1 que la Luftwaffe lanzó sobre Londres y Amberes, respectivamente. En la fábrica de acero los obreros están bien alimentados para que produzcan más, pero el trabajo esclavizado, alienado y sin ninguna libertad o derecho, los hace meros engranajes de una gran máquina de guerra. Siguiendo con los paralelismos, esto nos recuerda el gueto subterráneo industrial, una distopía donde los trabajadores tienen prohibido salir al mundo exterior, nos referimos al famoso film Metrópolis (1927), de Fritz Lang.

De la icaria cabetiana al pesimismo verniano

Las dos ciudades enfrentadas están construidas en Estados Unidos, en el sur de Oregón: “a diez leguas del litoral del Pacífico”. La ciudad de France-Ville tiene influencias de las utopías de Saint-Simon, los falansterios de Charles Fourier y Robert Owen. Éste último fundó, en el año 1825, la colonia “New Harmony”, en los Estados Unidos. En este punto no podemos dejar de citar la primera colonia icariana fundada por Étienne Cabet, en 1848, en Texas (EE.UU.), ya que entre los expedicionarios hubo varios catalanes. El barcelonés doctor Joan Rovira, y varios de sus compañeros seguidores de la revista La Fraternidad viajaron con Cabet y sus seguidores franceses. La falta de cálculo, las maniobras especulativas de la empresa que se dedicaba a colonizar inhóspitos terrenos de Texas, y los modos autoritarios del propio Cabet frustraron la empresa. Un decepcionado Joan Rovira se quitó la vida, dejando mujer y un hijo en Barcelona. En esta historia aparece un personaje real, pero que parece sacado de una novela de Verne. Se trata de Narcís Monturiol, el inventor del submarino “Ictíneo I”, botado en el puerto de Barcelona el 28 de junio de 1859. Monturiol era el director de La Fraternidad, que fue clausurada ese mismo año de 1848. Junto a Francisco Orellana, Monturiol tradujo la novela filosófica de Cabet, Viaje a Icaria. El inventor y político catalán mantuvo contacto epistolar con Cabet, y fue el primer propagandista en España del socialismo utópico.

Pero de la influencia del positivismo de Auguste Comte y de los socialistas utópicos (llamados así en oposición al socialismo científico de Marx) citados, Verne pasa a una etapa más oscura y pesimista. En esta etapa influyen cuestiones personales, no en vano podemos decir que siempre hubo un Verne diurno y otro nocturno, que no es el momento de desarrollar aquí. Pero las cuestiones sociales y políticas de la época también influyeron a Verne y a otros escritores de la novela realista científica que tenían como misión formar a la sociedad en los grandes descubrimientos científicos y geográficos. Los héroes positivistas de las primeras novelas de Verne, se tornaban en científicos locos. La ciencia, otrora liberadora, se muda en poder económico, en una ciencia sin conciencia que amenaza la paz mundial y la integridad moral del individuo. La carrera armamentista ya era una realidad en la época en que se escribió la novela, y no olvidemos que el siglo XX se estrenó con dos guerras mundiales. La fusión del capital industrial y financiero (magníficamente explicado en el capítulo dedicado a la bolsa de San Francisco), desembocó en la crisis del capital de 1875. La eclosión del colonialismo y el imperialismo desató una lucha por el dominio de las fuentes de producción. El científico y el ingeniero pasaron a ser empleados, funcionarios o empresarios de una ciencia convertida en máquina de guerra.

El pesimismo, la ironía, el nihilismo, y hasta la sordidez en algunas novelas donde se habla de canibalismo, afloran en la novelística verniana. Siguen siendo novelas de aventuras, pero ya no tienen el éxito popular de sus primeras obras. El quizá exagerado optimismo de sus primeros Viajes, se torna más oscuro, y por ello gana en madurez y complejidad. Los quinientos millones de la Begún no es una novela maniquea donde se enfrenta el militarismo alemán contra el pacifismo francés, o una expresión del chovinismo resentido por las derrotas en las guerras franco-prusianas. France-Ville no deja de ser también una dictadura, pero con los elementos reformistas del socialismo utópico. En esta novela Jules Verne, por decirlo así, mima literariamente al malvado y su ciudad kafkiana de acero. Mientras Stahlstadt es descrita profusamente y en detalle, France-Ville lo es esquemáticamente. Aquí hay un viaje a la esencia malvada del ser humano y a los totalitarismos, pero también nos muestra a un Verne fascinado por lo secreto y maldito.

Una prefiguración de Hitler

Algunos autores califican a esta novela como de anticipación política, lo que más tarde se llamaría “política-ficción”, y no les falta fundamento. La Ciudad de Acero es una clarísima sugerencia del nazismo, y Herr Schultze un fanático racista, megalómano y paranoico, que asigna a sus trabajadores un número (como en los campos de concentración nazis) y vive en un búnker, llamado en la novela el Bloque Central. Una memoria que escribe Schultze lleva el título: ¿Por qué todos los franceses sufren en grados diferentes de degeneración hereditaria? Y deja claro su nacionalismo y racismo aduciendo que en el comité de France-Ville predomina el elemento latino y dice: “…desde que el mundo existe, nada duradero se ha hecho sin que lo haya realizado Alemania y nada definitivo podrá hacerse sin ella”. Y el expansionismo: “Que se nos deje tomar una o dos islas cerca del Japón y se verá las zancadas que sabremos dar en torno al globo”. No es casualidad que las tropas de ocupación nazi en Francia pusieran la novela de Verne en la lista de las obras prohibidas. Claro que ver a Hitler en el personaje de Schultze para un lector de hoy, es lógico, pero quizá el lector de la época pensara en el militarismo del “Canciller de Hierro”, Bismarck.

La ciudad laberíntica: el rito iniciático y la masonería

Es fácil pensar que la Ciudad de Acero que Verne describe en la novela fuera un reflejo de las fábricas de cañones Krupp. Verne tuvo la oportunidad de ver, en la Exposición Universal de París, de 1867, un enorme cañón de esta factoría que tenía 50.000 kilos de peso. Krupp y las factorías de Essen eran verdaderas ciudades industriales con una importante autonomía política y administrativa con respecto al gobierno alemán, casi eran ciudades Estado. Con la excusa del espionaje industrial, el control y la seguridad eran prioritarios. Pero claro, a Verne le gustaba modernizar los mitos y exponerlos al lector profano, por ello en esta ciudad laberíntica, con círculos concéntricos y tríadas, donde hay una Torre del Toro y se hacen alusiones al hilo de Ariadna, la referencia al Minotauro y a la mitología clásica, es una muestra de esa lectura subterránea que va más allá de la pura peripecia aventurera. Como la ciudad principal que describe Platón en su Atlántida, la acrópolis, con siete subdivisiones circulares (Critias, Diálogos); la Ciudad de Acero tiene círculos con una cámara central donde está el poder, o el conocimiento, y esto liga con el rito iniciático de clara tradición masónica que podemos leer en la novela.

Marcel se infiltra como trabajador en la Ciudad de Acero y tiene que ir superando pruebas para ir subiendo de categoría en su oficio. Es en el capítulo titulado “Bloque Central” donde Marcel debe superar ciertas pruebas sobre su pericia, para poder estar con los ingenieros y llegar hasta el director general, que oficia como Gran Maestre. Los que entran allí, bajo solemne juramento, se comprometen a no revelar nada de lo que pasa en el “Bloque Central”, bajo pena de muerte. Como a los aprendices o neófitos, unos acólitos con sable y revólver, sacan un pañuelo blanco… “con el que vendaron cuidadosamente los ojos. Luego le agarrarron -a Marcel- cada uno por un brazo y se pusieron en marcha sin cambiar palabra alguna”. Cambiando el orden de algunos ritos, Verne describe una iniciación masónica, incluso hace referencia a una mesa de “dibujo lineal”, cuyas herramientas son, entre otras, el compás y la escuadra. Hay un descenso a los infiernos en “La caverna del Dragón”, una muerte simbólica en la persona de su doble, el pequeño portero de trece años Carl. Escaleras, pasajes subterráneos, fuego, etc., para llegar hasta el gabinete secreto, donde le quitan la venda a Marcel y realiza el juramento.

A modo de conclusión

Uno de los mayores divulgadores y estudiosos españoles de la obra Verne fue Miguel Salabert, de él es esta cita referida a las novelas de Jules Verne: “Si fueran sólo novelas de anticipación, quizá hoy nadie hablaría de Verne, porque no hay nada más caduco que la anticipación superada por el tiempo”. Salabert hace referencia a lo que muchos de los lectores que han profundizado en la obra verniana han descubierto, las obras de Verne se enraízan con lo mítico y legendario del subconsciente colectivo. Hay un canto poético a la naturaleza, pero también un rico mundo simbólico subyacente, con referencias históricas, políticas y a la mitología clásica; claro que el propio Verne fue un hacedor de leyendas y misterios aún por desvelar. Y sobre la autoría de la novela, concluye Salabert: “Los quinientos millones de la Begún es una obra original de Jules Verne, tan original, al menos, como tantas obras de Shakespeare y de nuestros clásicos, creadas a partir de obras y argumentos preexistentes”.

(Jules Verne: Tierra, agua, aire, fuego. Ediciones Graphiclassic, tomo II, Madrid, 2017, págs. 202-207. ISBN: 978-84-697-3439-1)
– Ilustraciones de Santiago Valenzuela.
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