“Me llamo Adou”

“Me llamo Adou”

Carlos Olalla*. LQSomos. Julio 2017

“Me llamo Adou” es el libro que Nicolás Castellano acaba de publicar sobre una historia que conmocionó a medio mundo: la de Adou, un pequeño de 8 años de Costa de Marfil que fue descubierto por un escáner de la guardia civil cuando intentaba entrar en Ceuta dentro de una maleta. Todos recordamos aquella foto, todos conocemos la historia, o cuando menos los titulares, pero pocas veces ha sido más necesario acercarnos a ella de la mano de una persona que nos cuenta todo lo que hay detrás de la historia de Adou y que nos invita a reflexionar sobre lo que estamos haciendo mal para que cosas como ésta puedan pasar en nuestros días. Nico Castellano se ha acercado a la familia de Adou, ha conocido su realidad, las causas que empujaron a Alí, un joven universitario marfileño que tenía un trabajo estable como profesor de filosofía y de francés en su país natal, a abandonarlo todo para venir a España huyendo del peligro y de la muerte, las dificultades que tuvo para llegar hasta aquí, la crueldad de las redes de trata de seres humanos que proliferan al amparo del endurecimiento de nuestras leyes, los engaños a los que ese joven fue sometido y a los que tuvo que plegarse en su desesperación por llegar a Europa, los obstáculos que nuestro gobierno le puso para denegarle el asilo político al que tenía derecho, el sinsentido de nuestras leyes que hace ya demasiado tiempo se olvidaron de la justicia, la soledad por la que pasó durante años, la angustia de su mujer y sus tres hijos aguardando el momento en que les permitieran venir, las reiteradas denegaciones a sus solicitudes para reagrupar a su familia que le empujaron a caer de nuevo en manos de los traficantes de vidas, sueños e ilusiones…

Hace unas semanas se presentó el libro en la parroquia de San Carlos Borromeo. A Nico le acompañaban Javi Baeza y Benjamín Prado. Escuchar a Javi hablar de su lucha contra el sinsentido de unas leyes, las nuestras, que criminalizan la pobreza y la migración es algo que quienes están a favor de la creación de muros y fronteras o quienes simplemente miran a otro lado pretendiendo no ver, deberían hacer. Sus palabras son un rayo de luz que ilumina la resistencia contra un marco legal injusto y absurdo, un marco legal contra el que, como dijo Benjamín citando a Thoreau, solo cabe la desobediencia. Esclarecedora y de tremenda actualidad fue la anécdota de Thoreau que nos contó: Estando encarcelado en prisión por haberse negado a pagar unos impuestos que financiaban un gobierno que apoyaba la esclavitud, recibió la visita de un político que luego llegaría a ser presidente de los Estados Unidos. Aquel político, consciente de la injusticia que estaban cometiendo con Thoreau, le preguntó “¿Cómo es posible que estés aquí encerrado?” La respuesta de Thoreau debería hacernos reflexionar: “¿Cómo es posible que tú estés ahí fuera?” Thoreau, de quien la próxima semana se cumple el 200 aniversario de su nacimiento, es un referente al que hay que volver una y otra vez. Su vida y su obra fueron un canto a la libertad. Fue una persona lúcida y comprometida que jamás dejó de ser consecuente con lo que creía: “Bajo un gobierno que encarcele a alguien injustamente, el sitio adecuado para una persona justa es también la cárcel.”

Alí, el padre de Adou, había nacido en un pequeño pueblo del norte de Costa de Marfil. Fue el primero en su familia en terminar una carrera universitaria. La ayuda de su familia, su trabajo y la becas que ganó por sus notas lo hicieron posible. Se enamoró de Lucie, una joven a la que solo veía cuando regresaba a su pueblo por vacaciones y decidieron casarse. Cuando lo hicieron y tuvieron su primer hijo, Michael, todo parecía irles bien: él había acabado la carrera y se ganaba la vida dando clases de filosofía y de francés; ella vendiendo telas que traía de países vecinos. Pero la inestabilidad política de Costa de Marfil hizo que la paz estallara en mil pedazos y el país se dividiera por la mitad. Ambos eran del norte del país y vivían en el sur, lo que automáticamente les convertía en sospechosos enemigos. La situación fue empeorando hasta que, en 2005, Alí toma la decisión de abandonar su país ante el claro peligro de muerte que corría. Pidió asilo a la embajada francesa, pero se lo denegaron. Hizo lo mismo con la del Reino Unido y la de Canadá, y también se lo denegaron. Viendo que la salida legal no iba a ser posible, alguien le puso en contacto con la gente de las redes de trata. Fueron muchas las veces que intentó llegar a Europa, y muchos los fracasos: fue abandonado en el desierto de Mauritania, expulsado a Senegal, a punto estuvo de morir ahogado en una patera… Finalmente llegó a Canarias un año después de haber salido de su país. Atrás habían quedado su mujer, sus dos hijos mayores (Michael y Mariam), y el pequeño Adou, que había nacido durante su viaje y al que no conocía.

En Canarias pidió asilo político. Tuvo suerte porque aceptaron tramitar su expediente y eso le permitió obtener un permiso de trabajo. Le denegaron el asilo, pero, tras tres años, consiguió el permiso de residencia. En 2010, con su situación regularizada, viajó a Costa de Marfil para ver a su familia y conocer a Adou, que ya tenía cuatro años. Es entonces cuando se planteó solicitar la reagrupación de su familia ya que él tenía un trabajo estable (en la lavandería donde llevaba cuatro años trabajando) y tenía arraigo en España. Los cooperantes de Cruz Roja que le habían ayudado desde el primer momento le indicaron que lo mejor sería pedirlo por partes: primero la mujer y luego los hijos y le avisaron de que la ley española no le permitiría traer a Michael, su hijo mayor, porque había cumplido ya los dieciocho años. Aún así, decidió seguir los cauces legales y solicitó la reagrupación para Lucie, su mujer. Ella llegó a Canarias en 2012. Por tres veces solicitó la reagrupación de sus dos hijos pequeños. A Mariam se la concedieron en 2015, pero no a Adou ya que la nómina que Alí cobraba en la lavandería era insuficiente, de acuerdo con la ley española, para traer a su hijo de 8 años. Para quien no lo sepa, nuestra ley fija una cantidad económica por familiar a reagrupar. En el caso de Adou, a su padre le faltaban 56 euros mensuales para poder cumplir con la ley. Por eso le denegaron la solicitud, por eso prohibieron que un niño de 8 años viniese a vivir con sus padres y le obligaron a quedarse en un país marcado por la violencia en compañía de su hermano mayor, que tenía 18 años (la abuela con la que habían vivido hasta entonces acababa de morir).

Son muchas las preguntas que nos tiene que hacer esta situación. Una es la que hace Lucie a quien la quiera escuchar: “¿Es que se le puede decir a un padre que puede tener a un niño solo si tiene dinero? Ni en África ni en ningún otro lado a un padre se le exige que tenga 1.000 o 2.000 euros en el bolsillo para poder tener un hijo. Entonces, ¿Por qué Europa pone precio a que muchos padres y madres inmigrantes se puedan reunir con sus hijos?

La situación llega a ser repulsiva cuando sabemos que el gobierno español da automáticamente permisos de residencia a quienes pueden comprar una casa de varios cientos de miles de euros como revulsivo para impulsar la recuperación económica. Nuestras leyes son injustas, y no solo con las personas migrantes, ¿o es que acaso es justa la figura de la libertad bajo fianza que, en la práctica, hace que quienes tengan dinero puedan eludir la prisión mientras quienes no lo tienen estén obligados a quedarse en la cárcel?

El caso de Adou puso de manifiesto otra situación que es realmente aterradora: la arbitrariedad con la que se aplica la ley en nuestro país, porque la misma ley que fija las cuantías económicas para las repatriaciones, establece también que esas cantidades pueden analizarse con flexibilidad en función de cada caso en particular (situación del país de origen, de la familia, edad de los niños, etc.), flexibilidad que la administración española, la delegación del gobierno en Canarias en este caso, se pasó por el forro sin importarle las consecuencias que esa decisión conllevaría.

¿Qué harías tú si el país donde vives te niega por tres veces la solicitud para traer a tu hijo de 8 años que vive solo con su hermano de 18 en un país que está en guerra? ¿Qué harías cuando ese país te cierra todas las puertas?, ¿Cómo reaccionarías al saber que lo hacen solo porque te faltan 56 euros al mes?

Alí lo tuvo claro. Empleó parte del dinero que había pedido a un banco español para construirse en el futuro una casa en su país para pagar a las redes de trata de personas que le aseguraron que su hijo llegaría en avión a Madrid sin ningún problema. No voy a hacer un spoiler sobre el libro, pero el final de esta historia lo conocemos todos: Adou nunca llegó a Madrid y acabó dentro de una maleta intentando entrar por la frontera de Ceuta.

El caso saltó a la prensa y ocupó portadas en los principales medios de todo el mundo. La foto del niño dentro de la maleta era demasiado fuerte como para que las conciencias siguieran dormidas. Eso hizo que las autoridades españolas, las mismas que habían provocado este desastre porque a Alí le faltaban 56 euros, le dieran el permiso de residencia a Adou en solo 14 días. Podríamos pensar que esta historia, finalmente, ha tenido un final feliz, pero no es así. La vida de Adou en Canarias fue difícil porque todos le identificaban como “el niño de la maleta”. La gente era muy cariñosa con la familia, pero también muy agobiante. Eso, unido a que ni Lucie ni los niños hablaban español pero sí francés, y a la situación judicial por la que pasa Alí, que está en espera de juicio acusado de tráfico de personas, ha hecho que la familia se haya ido a vivir a París, donde tienen otros familiares. Allí viven en una casa de acogida subvencionada por el gobierno francés y los niños van al cole. Adou juega por las tardes al fútbol con sus nuevos amigos. Sueña con llegar a ser Messi.

Alí, sin embargo, no ha podido ir a París. No puede abandonar España en tanto no le juzguen. La fiscalía le pide tres años de prisión. Le ha ofrecido una rebaja de la pena a un año a cambio de que se declare culpable. Alí se ha negado. Él nunca ha traficado con su hijo. Ha hecho simplemente lo que cualquier buen padre hubiera hecho en sus circunstancias. No admite, ni admitirá nunca, que puedan condenarle por haber intentado todas las vías legales, y haber recurrido a las redes para sacar a su hijo de 8 años de un país en guerra. Ya pasó un mes en prisión cuando le detuvieron y puede que tenga que pasar varios años más, pero nadie conseguirá que mienta para rebajar la pena que le quieren imponer y salvar con ello sus conciencias.

Son muchas las preguntas que nos hace esta historia. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo en pleno siglo XXI?, ¿Cómo es posible que esté pasando en nuestro propio país?, ¿Cómo se puede permitir que una familia tenga que vivir separada porque les faltan 56 euros mensuales para cumplir con una ley tan absurda como injusta?, ¿Cómo pueden nuestras leyes prohibir que un hijo de esa familia, por el simple hecho de haber cumplido 18 años, viva con los suyos y tenga que permanecer viviendo en un país que es peligroso?, ¿Qué queda de la justicia en nuestro país…? Y, sobre todo, recordando el ejemplo de Thoreau, ¿Qué estamos haciendo tú y yo para acabar con esto?

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