Nuestros terroristas

Nuestros terroristas

Juan Gabalaui*. LQSomos. Junio 2017

Donald Trump nos obsequió vía twitter con un mensaje en el que se aprovechaba del atentado terrorista en Londres para vender de forma partidista su propuesta de prohibición de viajar. Da igual que no tenga que ver con los motivos que hay detrás de los atentados que sufren algunos países europeos en los últimos años. Ni siquiera con los motivos de los atentados sufridos en Estados Unidos que fueron cometidos en su gran mayoría por ciudadanos estadounidenses y nacionalizados. Dice que necesitamos ser inteligentes y estar vigilantes y firmes. No pocos compran este mensaje que no tiene una base racional y que no importa que lo tenga porque los mensajes de Trump son esencialmente emocionales y apelan al miedo. “Tenemos que defendernos de los que vienen de fuera”.

En Manchester se ha organizado un concierto en beneficio de las víctimas, en el que participan artistas como Oasis, Coldplay y Ariana Grande. Se pueden mandar mensajes de móvil con un coste de cinco libras. Las consignas son variadas, pero destaca el “no tenemos miedo”. Las imágenes muestran a adolescentes disfrutando con la música y mostrando carteles con lemas muy emotivos. La solidaridad prevalece sobre cualquier otro valor. Es un mensaje al mundo. Un mensaje publicitario y autocompasivo que solo sirve para limpiar conciencias y blanquear la responsabilidad de occidente. Es la respuesta del sistema capitalista que ayuda a distraer la atención de las causas que convierten las calles de Londres, Manchester o ParÍs en territorio de guerra. Somos buenas personas, podemos irnos a dormir tranquilos. #OneLoveManchester.

Los terroristas que traen un poco de la muerte de Siria e Iraq a las ciudades europeas son nacidos en Europa. Son londinenses y parisinos. Les llaman inmigrantes de segunda o tercera generación porque son los hijos de los inmigrantes que llegaron a sus países de acogida en los años sesenta, setenta y ochenta. Son los que el Parlamento de la Unión Europea llaman “ciudadanos europeos”. Viven en los mismos barrios que nosotros, son nuestros vecinos, pero parecen no dudar en embestir con un coche a un grupo de conciudadanos o acuchillarlos sin remordimiento alguno. Dicen que son musulmanes y esto lleva a que la [extrema] derecha europea y estadounidense planteen su expulsión y la prohibición a entrar en el país. El enemigo está señalado. Son los musulmanes. “Nos odian y quieren acabar con nuestro estilo de vida”.

Las élites políticas no están dispuestas a poner encima de la mesa las causas de los atentados porque implicaría poner en cuestión la política exterior estadounidense y europea y, fundamentalmente, el sistema socioeconómico resultante de las prácticas capitalistas, en sus diferentes formas, que han asolado los países occidentales en las últimas décadas. Es más eficaz culpar a unos inmigrantes -que son ciudadanos europeos- que se han radicalizado en la guerra siria -alentada y apoyada por las potencias occidentales- y en las cárceles europeas -que viene a demostrar, si era necesario, que su fin rehabilitador es pura retórica-. Muchos de ellos sin trabajo o con trabajos precarios, mezclados en trapicheos de drogas, que viven en barrios marginales y segregados en los que desde pequeños les han hecho sentirse diferentes. No hay arraigo porque el sistema les sitúa en los márgenes.

Las ideologías de odio dan significado a esa rabia incontenible que sentimos sin saber por qué. Nos ayudan a dirigirla. Esa es la función de la versión más radical y totalitaria del Islam. Los fundamentalistas han sabido aprovecharse de la existencia en los barrios de muchas ciudades europeas de los perdedores del sistema, de los que acaban con sus huesos en las cárceles y tienen la experiencia de la puerta cerrada por no tener determinados orígenes ni una familia de rancio abolengo. Son expertos en avivar el odio no solo de sus soldados sino también de esos ciudadanos europeos que se sienten amenazados, atenazados por el miedo y manipulados por sus dirigentes que les hablan de inmigración, de control de fronteras y de seguridad. Esos ciudadanos europeos son los encargados de extender su rechazo a los musulmanes moderados, pacíficos y respetuosos de la vida.

Los causantes de tanta muerte comparten el mismo plan porque aplicar las medidas que podrían evitar más muertes supondría un cuestionamiento del sistema. Cerrar las fronteras es una medida ineficaz, inútil y equivocada que sirve para alimentar el miedo y la alerta. Pero analizar las condiciones socioeconómicas de las sociedades europeas e introducir cambios a nivel laboral, educativo y comunitario, basados en la igualdad de oportunidades y la redistribución de la riqueza, implicaría una enmienda del modelo actual. La crisis económica ha aumentado la desigualdad y ha marginado aún más a aquellos que ya se encontraban en los márgenes como efecto de modelos de inmigración que han conducido a la segregación y al desarraigo.

En río revuelto ganancia de pescadores. Los bombardeos en Oriente medio fabrican terroristas. Occidente no puede esperar que mientras destruye países, ciudades, familias y vidas se queden con los brazos cruzados. La autoridad que se arroga Occidente para intervenir en otros países, por intereses espurios, convierte a las víctimas en verdugos. Son los que se colocan chalecos explosivos y se hacen explotar en medio de un autobús. Los países occidentales deben dejar de bombardear otros países y de participar en su expolio y destrucción. Deben dejar de llevar la muerte a miles de familias y de arruinar sus vidas. Las relaciones entre países tienen que basarse en el respeto a su soberanía y la resolución de conflictos por la vía diplomática y política. Los ciudadanos europeos tienen que exigir a sus gobiernos que dejen de colaborar y participar en agresiones bélicas contra otros países. El No a la guerra debería gritarse hoy con mayor fuerza que nunca.

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