Palabras de otros

Palabras de otros

Juan Gabalaui*. LQSomos. Junio 2017

Si hay algo que resulta inquietante es la obediencia a la voz que se considera autorizada. Una obediencia acrítica, irreflexiva y autómata. Conferimos la cualidad de liderazgo y seguimos la dirección que nos marcan, sin cuestionamiento. Les convertimos en las voces autorizadas para hablar de temas sobre los que no tenemos suficiente conocimiento o que ignoramos y sus opiniones se convierten en una iluminación que permite construir nuestra opinión. Una opinión que defendemos en muchas ocasiones con agresividad aunque beba de la fuente de la verdad que descubren otros. No nos supone esfuerzo y evita que dediquemos tiempo a investigar, leer, contrastar, dialogar y escuchar. Nuestras horas se van en cuidar a nuestros hijos, trabajar [quién tenga esa posibilidad], consumir, ver la televisión, navegar en internet y trasladarnos de un sitio a otro. Necesitamos una guía que nos desenrede la complejidad de un mundo que no tenemos tiempo de desenredar por nosotros mismos.

Al final damos un poder excesivo a las voces autorizadas, a los expertos o a los líderes. Nos dicen cómo tenemos que abordar una situación, cuál es nuestro posicionamiento en función de la ideología que tengamos, lo que se puede pensar, decir y hacer y lo que no. Lo aceptamos porque no solo nos evita dedicar tiempo y esfuerzo para construir una opinión propia sino porque los líderes que elegimos comparten una cosmovisión similar y nos dicen aquello que queremos escuchar. Nos hacen sentirnos parte de un común y nos distinguen de los otros. Entrar en contradicción o disentir es una traición que implica la expulsión de ese común imaginario. Nos quedamos solos. La voz del líder es tan poderosa que aglutina detrás suyo a miles de personas resueltas a defenderla ciegamente. Permite que formemos parte de la corriente con la condición de que no nos desviemos.

Las opiniones de otros permiten aparentar que sabemos sobre lo que hablamos aunque si se profundiza queda en evidencia que son solo clichés y análisis rígidos de realidades que no se conocen. Las redes sociales han favorecido que este tipo de conocimiento sobre la realidad se imponga a la investigación, al análisis y al estudio. La abundancia de información nos permite escoger fácilmente aquella que mejor se adapta a nuestra mirada sobre la política y la sociedad. Aquella que no se ajusta, se rechaza. De esta manera se impone una lectura del titular cuyo contenido lo redactan nuestros propios prejuicios. Podemos seguir campañas en las redes y apoyarlas fieramente aunque nuestros conocimientos sobre las mismas sean insuficientes. Confiamos en los que las dirigen aunque sus afirmaciones no estén demostradas. Internet tiene a su vez el antídoto ya que nunca hemos tenido tal cantidad de información a golpe de clic.

Es cierto que el tiempo del que disponemos es un hándicap pero al menos tenemos que alimentar la duda. Mantener una distancia intelectual y la emoción controlada para que no se abra la veda de los prejuicios. Sospechar de las simplificaciones, del blanco negrismo y de los reduccionismos. Dar valor a los hechos sobre las palabras que los reconstruyen. Leer y escuchar hasta al mismísimo diablo. Rechazar las consignas y las campañas inmediatas alejadas del análisis y la reflexión. No es tan sencillo ni rápido como el apropiarse de las palabras de otros pero, al menos, lo que salga será de nuestra cosecha. Nada de esto nos libra del error pero podemos mantener cierta honestidad intelectual. Mis opiniones no las marcan partido alguno, ni dirigentes ni líderes de la nada. Porque no hay nada más inquietante que la masa amorfa detrás de las palabras de otros.

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