El Kipling hispano

El Kipling hispano
Dios los cría y ellos se juntan. El señor que presume de panza, es Kipling redivivo. Como no sé quién es el señor de la extrema derecha -no solo de la foto-, le pondremos señor X

Nònimo Lustre. LQSomos. Agosto 2017

Desde hace décadas, sabíamos que los dizque intelectuales de la socialdemocracia española se habían instalado en el pancismo. Los motivos ideológicos de su desaforada combatividad contra todo lo que huela a plebeya reivindicación tienen un origen de todos conocido: redactaron un discurso para el líder de turno y les regalaron la piscina; justificaron la desmemoria histórica y les hicieron condes; les sentaron en la Real Academia de la Lengua al lado de conspiradores monárquicos como Ansón Oliart, tránsfugas como la condesa de Gisbert –de niña, Mari Carmen Iglesias- y protofascistas como Pérez-Reverte y les colgaron medallas a granel. Pero hay más: les dieron una columna en el Boletín de la Embajada de los EEUU (BEE; antes, Bayeta Orteguiana del Estado, BOE) y les recompensaron con una gorra de plato.

Piscinas, condados y medallas son vanitas vanitatis muy bien pagadas pero encasquetarse la gorra de plato es el non plus ultra porque sólo lleva aparejada una pensión vitalicia de importe variable. Léase, por tanto, que es la miserable hora extra que los susodichos dizque intelectuales regalan a sus benefactores. Servilmente, la ha cumplido el académico Azúa al publicar su columna “Noble vejez” (05.IX.2017), un panfleto caudillista que, a falta de héroes patrios, glorifica a los camorristas que, de matanza en matanza, sostuvieron al Imperio británico durante la segunda mitad del siglo XX.

Por ‘noble vejez’, el Inmortal Plumífero entiende la de 300 ex militares británicos que disfrutan del Royal Hospital Chelsea, un asilo londinense cuyo lujo deja al afamado lujo asiático al nivel de los pudrideros de Teresa de Calcuta. Obviamente, no estamos en contra de que los ancianos esperen la muerte con las mayores comodidades posibles –faltaría más-, pero visto que hasta en la muerte hay clases, nos preguntamos: ¿quiénes han sido esos 300 veteranos que tanto esmero parecen merecer? Contestaremos brevemente: son los exverdugos del Imperio, los que mataban con sus propias manos, los profesionales de la mentira y de la tortura. En pocas palabras, los asesinos en serie.

Una acendrada tradición británica: sus militares llevando irlandeses al matadero -en la foto, la matanza del Bloody Sunday-.

Azúa les ama y en su veneración sentimental llega a cursiladas que suscribirían Corín Tellado o la plagiaria Ana Rosa Quintana. Ejemplo: el desfile militar que los asesinos celebran dentro del asilo le parece un “espectáculo emocionante porque algunos de los soldados son ya muy viejos y les cuesta dar el zapatazo de ordenanza a la posición de firmes”. ¡Qué tierno!, lástima que, años atrás, no les costara nada zapatear encima de las tripas de los rebeldes hindúes o iraníes que los hoy venerables abuelitos acababan de destripar.

Para mayor descoco, la parada militar –y tan parada-, se escenifica delante de la estatua del fundador del asilo, el rey Carlos II, un Estuardo catolicón, rencoroso, putero y pesetero que, lo menos malo que dejó para la Historia, fue poner de moda las pelucas que se hacía con el vello púbico de sus cortesanas. Sin embargo, Azúa desconoce la Historia ocultada derretido como está ante el uniforme de los sangrientos ancianitos, ante “la famosa casaca roja, el tricornio y las condecoraciones”. Ahora bien, para ensalzar a tricornios y reyes puteros, no necesitaba irse tan lejos. Aquí tenía ejemplos de sobra; ¿los exaltará en su próxima columna? No nos extrañaría.

Quizá convenga detallar algunos de los crímenes cometidos por los honorables viejecitos. La lista sería interminable así que vamos a reducirla. Dejaremos fuera el inmenso grueso de los genocidios que hicieron sufrir a los países que quisieron liberarse del yugo imperial –como son ancianos, les perdonamos las culpas en Siria, Libia y etcétera-. Más aún, tampoco pasaremos lista a las masacres en las que actuaron como soldados regulares. Nos limitaremos a los actos de terrorismo de Estado que perpetraron contra europeos de raza blanca.

Patrulla conjunta de terroristas unionistas monárquicos y soldados británicos

En este campo tan sumamente restringido en el tema, en el tiempo y en espacio geográfico, preguntaremos al columnista: ya que Su Excelencia conversó con alguno de los fósiles, ¿se encontró con antiguos miembros de escuadrones de la muerte como los alistados en cuerpos militares semi-clandestinos como son la Military Reaction Force, la Special Reconnaissance Unit o la Force Research Unit? Si lo hizo, ¿qué le dijeron de Irlanda, de Bosnia o, si eran nonagenarios, de las matanzas en Grecia? Recuerde el Inmortal académico que no estamos hablando de traviesos ahijados sino de funcionarios terroristas a lo James Bond, “con licencia para matar”. Es decir, que no preguntamos sobre sus hijos no reconocidos, esas mafias paramilitares seudo-irlandesas que todavía se llaman UVF (Ulster Volunteer Force), UDA/UFF (Ulster Defence Association/Ulster Freedom Fighters), RHD (Red Hand Commandos) o LVF (Loyalist Volunteer Force)

Otra acendrada costumbre británica: las SAS asesinando -en la foto, en Gibraltar 1988-.

Rizando el rizo, le diríamos a Azúa que ni siquiera tenía que salir de la Península Ibérica para preguntarles por sus desmanes. Olvidándonos de los tejemanejes que los militares británicos siguen maquinando en España –para ellos, paraíso del turismo mortal de la muerte-, el dilecto columnista, ¿preguntó si alguno de los asilados estuvo por casualidad en Gibraltar, exactamente el día 06.III.1988? Si lo hizo, quizá le respondieron: “Bueno, no recuerdo, el alzheimer ya tal”. Pero como el Inmortal da muestras de que también padece demencia senil, le recordamos qué pasó ese aciago día: militares británicos acribillaron sin aviso previo a dos hombres y una mujer. Estos supuestos militantes del IRA norirlandés, fueron encontrados por los viandantes “cubiertos de sangre en la céntrica avenida de Winston Churchill”.

Así podríamos seguir por los siglos de los siglos enumerando ejemplos del terrorismo de Estado en el que se especializaron los internos del Royal Hospital –los soldaditos de a pie vegetan en los basureros de yonquis-. Pero la alusión a Churchill, uno de los mayores criminales del siglo XX, nos ha despertado una sospecha: ¿será que Azúa ha dado consciente y crematísticamente el pistoletazo de salida que arropará a la película “Churchill”,

de próximo estreno en España? La pregunta es un poco superflua porque el mentado plumífero ya ha adoptado

Los tres asesinados en Gibraltar 1988

el papel del Kipling hispano. Nos explicamos porque el tema tiene bemoles:

En los dorados años del Imperio británico, Kipling perpetró el famoso poema “The White Man’s Burden” (La pesada mochila del hombre blanco) en el que se dolía del desagradecimiento de los invadidos al mismo tiempo que convertía a los invasores en hermanitas de la caridad. Su primera estrofa rezaba,

literalmente rezaba:

“Llevad la carga del Hombre Blanco.
Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;
Vamos, atad a vuestros hijos al exilio
Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;
Para servir, con equipo de combate,
A naciones tumultuosas y salvajes;
Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
Mitad demonios y mitad niños.”

Caray, señor Inmortal, no hace falta inclinarse tanto. ¿O es que sueña con que le hagan conde?

Estamos esperando que Azúa se descuelgue cualquier día con la adaptación a la circunstancia española de ese panfleto rimado. Porque es triste loar las glorias ajenas y hasta enemigas aunque “más triste es de robar”. Cuando lo haga, por favor, que no se remonte al Siglo de Oro, cuando el Duque de Alba era –y es- el Ogro de los holandeses; esos tiempos, que se los deje a Pérez-Reverte. Que se actualice y se centre en las invasiones “humanitarias” en la docena de países “tumultuosos y salvajes” que soportan cuarteles hispanos –bueno, hispanoamericanos también vale-.

Para terminar su columna, el Kipling castizo pero cosmopolita –o viceversa- suelta su última andanada: “Un país que respeta de este modo a sus viejos soldados deberíamos tenerlo cerca, por si se nos pega algo”. En este sentido, quédese tranquilo señor don Félix de la Ganzúa: el Estado Español supera con creces la beneficencia británica. Aquí, los “viejos soldados” –del bando genocida, claro está-, no tienen habitaciones particulares, tienen palacios. No tienen un parque de 27 hectáreas para compartir entre 300, tienen latifundios. No reciben visitas domingueras, reciben homenajes estatales todos los días de la semana… Hábleme Su Excelencia del último chusquero cuyos herederos no tengan una jugosa renta asegurada a través de su estanco o de su administración de lotería y retiro todo lo anterior.

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