La mano invisible

La mano invisible

Carlos Olalla*. LQSomos. Mayo 2017

¿Por qué trabajamos?, ¿Para qué lo hacemos realmente?, ¿Nos gusta nuestro trabajo?, ¿Sirve para algo?, ¿Nos dignifica?, ¿Qué nos aporta?, ¿A qué renunciamos por trabajar?, ¿Realmente nos da seguridad el trabajo?, ¿Trabajamos por miedo a perder esa seguridad?, ¿Vale nuestra vida, esa a la que renunciamos para trabajar, lo que nos pagan?, ¿Tan barato nos vendemos?, ¿A cuántas personas conoces a las que de verdad les guste su trabajo…? “La mano invisible”, ópera prima de David Macián basada en la novela del mismo título de Isaac Rosa, nos plantea todas estas preguntas y muchas más. Llegados al punto de la extrema precariedad laboral en la que vivimos quizá ya va siendo hora de que nos replanteemos todo aquello que siempre hemos dado por sentado y que nos preguntemos si nuestra forma de vivir nos hace felices o no, si de verdad merece la pena renunciar a nuestra vida por un mísero trabajo que nos esclaviza y adocena, si no hay alternativas posibles…Esta película que, no podía ser de otra manera, se ha hecho en forma cooperativa sin que quienes han participado en ella hayan cobrado por su trabajo y que ha contado con un elevado número de personas que la han apoyado a través de fórmulas asociativas como el crowfunding, es una película no ya necesaria, sino imprescindible en estos tiempos que corren. Me siento orgulloso de pertenecer a una profesión en la que un grupo de profesionales son capaces de dar un paso al frente para hacer una película como ésta y hacerlo en la forma en que lo han hecho, anteponiendo su ideología y su compromiso a todo lo demás. Personas como éstas son las que nos demuestran que el cine es más, mucho más, que mero entretenimiento. Tal y como está la industria del cine en este país, que una película así haya llegado a rodarse es una excepción y que haya llegado a estrenarse en salas un verdadero milagro. De ti, y solo de ti, depende que milagros tan necesarios como éste se puedan seguir produciendo. Apóyala, ve a verla cuanto antes. Si no lo haces esa mano invisible que todo lo controla, incluso tu vida, la retirará de las salas pronto, muy pronto, demasiado pronto…

“La mano invisible” nos habla del trabajo como un “espectáculo” sin sentido del que, inexorablemente, todos formamos parte. Y nos habla de una sociedad que nos ve, que nos analiza, que nos juzga, una sociedad a la que oímos pero a la que no vemos, a la que no podemos ponerle cara, y nos habla también de esa mano invisible que todo lo controla porque todo lo puede, esa mano invisible que rige nuestras vidas mientras nosotros, ilusos ignorantes, nos creemos libres. Viendo la película no he podido dejar de recordar aquella otra impresionante reflexión sobre el profundo deterioro al que puede llevar la precariedad que era “Danzad, danzad, malditos” de Sidney Pollack. Y viendo el formidable trabajo de todos los actores y actrices, tampoco he podido olvidar aquella lección de interpretación que fue “Doce hombres sin piedad”, dirigida por el otro Sidney, Lumet. El trabajo de todas las personas que han participado en “La mano invisible” es formidable. Una dirección magistral que trasluce que conoce bien de lo que habla, una fotografía que te hace sentir como un “voyeur” que, escondido, asiste al espectáculo que ocurre frente a él, una puesta en escena maravillosa en su sencillez, un sonido que te hace sentir dentro de la nave donde se desarrolla la mayor parte de la película, un montaje dinámico que te atrapa desde el primer instante, y, sobre todo, un trabajo de actores y actrices que transmite verdad en todo cuanto dicen y en todo cuanto callan (el silencio final de Marina Salas en su entrevista es antológico). Que podamos ver cómo van reaccionando a las circunstancias que les rodean, conocer sus miedos, sus anhelos, y sus frustraciones, sentir el desconcierto y la inseguridad que les atrapan en una obra tan coral y en la que cada uno tiene contadas escenas para hacerlo, habla de la altísima calidad interpretativa que tienen todos sus intérpretes. Actores y actrices que dan todo lo que llevan dentro incluso en el más mínimo gesto. La creación de los personajes es soberbia, imposible no vernos reflejados en ellos, y es precisamente gracias a esa empatía que llegamos a sentir con ellos por lo que la película nos llega tan dentro, hasta el último reducto donde escondemos nuestras convicciones más firmes.

El sistema, esa mano invisible, es tan hábil que, por primera vez en la historia, ha conseguido crear esclavos que no aspiran a rebelarse porque se creen libres. Creen que lo que ataba en el pasado a los esclavos eran las cadenas de hierro. Ha bastado con que el sistema simplemente las haya sustituido por cadenas de papel (nóminas, hipotecas, etc) para que se crean libres. No han entendido que lo que ata a los esclavos no son las cadenas sino el miedo, y ese no solo no ha cambiado, sino que ha crecido hasta límites que nunca antes hubiéramos podido siquiera sospechar: ¡Que haya gente que tenga miedo a perder un trabajo que ni siquiera está remunerado! Esta precariedad/esclavitud y este miedo que nos paraliza no son exclusivos de ningún sector, están generalizados, pero en el nuestro, el de la interpretación, alcanzan su máxima expresión…. y, como los hamsters, seguimos entusiastas dando vueltas y más vueltas a esa noria que no lleva a ninguna parte.
Cuando en 2008 nos empezaban a hablar de la crisis había quienes negaban su existencia y quienes auguraban que duraría no menos de diez años. Pensamos que eran unos agoreros y que era imposible que una crisis, por grave que fuera, pudiera durar diez años. Hoy incluso el mismísimo Rajoy nos dice que hasta el 2020 no se habrá recuperado el número de empleos que España tenía en 2008. Nos mintieron entonces y nos siguen mintiendo ahora. Rajoy habla de número de empleos, no de la calidad de los empleos que su política está creando. Comparar los empleos de 2008 con la precariedad de los empleos actuales ofende a la inteligencia. ¿O es que acaso ya nos hemos olvidado de que por aquel entonces hablábamos con pena de los “mileuristas” y considerábamos que no había derecho que hubiera personas que tuvieran que trabajar por mil euros al mes? ¿Qué pensamos hoy de quienes ganan mil euros mensuales? A muchos hasta nos parecen unos privilegiados. Hoy son muchos, y sobre todo muchas, quienes tienen que encadenar dos o hasta tres trabajos para poder cobrar los mil euros, y muchos ni siquiera llegan a eso. Pero la peor mentira no ha sido la del número de años que iba a curar la crisis o la de los empleos que Rajoy dice que va a crear en los próximos años. La mentira es que aquello no era, ni fue nunca, una crisis, sino un cambio de paradigma, una nueva relación económica y laboral que precarizó el empleo, ahondó el abismo que separa a ricos de pobres y amenaza con destruir a esa clase mal llamada media a la que todo el mundo cree que pertenece. Nuestro grado de idiocia ha llegado a tal extremo que nadie se considera ya clase obrera o clase trabajadora, ¡todos somos clase media! (excepto los millonarios, por supuesto, que nunca han dejado de ser la clase “alta”)

Este dislate social se ha llevado por delante a una generación entera, la de aquellos jóvenes que, o bien cegados por la promesa de dinero fácil a través de una economía que parecía que iba a crecer eternamente abandonaron sus estudios para trabajar en la construcción y otros sectores que por entonces necesitaban mano de obra y estaban dispuestos a pagarla a cualquier precio y que ahora se encuentran en paro, sin perspectivas de empleo y sin formación, o bien, en el caso contrario, a quienes han sido la generación mejor formada de la historia de España que, al acabar sus carreras y sus másteres, se han encontrado con que el empleo que les habían prometido ya no existe y no les queda otra alternativa que la emigración para poder trabajar en lo que se han preparado durante toda su vida. La situación del mercado laboral se ha precarizado de tal manera que no es extraño que esos jóvenes que tanto se han preparado tengan que esconder sus titulaciones en sus curricula cuando van a una entrevista de empleo porque están sobrecualificados para la oferta de empleo que existe hoy. ¿Qué propone el gobierno para abordar el problema de la sobrecualificación o la falta de cualificación de la mayor parte de nuestros jóvenes? Cargarse en los planes de estudio cualquier asignatura que no tienda exclusivamente a crear buenos trabajadores y consumidores. La última que está en peligro de extinción es la literatura. Erradicadas las humanidades resuelto el problema parece pensar este gobierno que se empeña en crear jóvenes que no piensen, que no tengan capacidad de abstracción y análisis, que no tengan imaginación, que no tengan opinión propia, que ni siquiera aspiren a ser felices, sino jóvenes adiestrados y formados para obedecer, para seguir a otros, para acatar órdenes sin siquiera cuestionarlas, para cumplir planes y objetivos, para ser productivos, y, sobre todo, para consumir cuanto les quieran vender.

El estado del bienestar fue una adormidera que, dándonos las migajas del sistema, nos hizo creer que éramos “alguien” y que la clase obrera, aquella que tantos sacrificios había padecido, había desaparecido. Los pobres, porque para que el sistema funcione siempre tiene que haber alguien por debajo de donde se ubique a la mayoría, pasaron a ser los inmigrantes, esos “pobres desgraciados” que venían a aceptar los trabajos que nosotros, los españoles, ya no queríamos hacer. La globalización hizo que, de repente, empezasen a llegarnos productos de China o India con los que no podíamos competir en precio ya que allí tenían, y tienen, mano de obra esclava. Eso provocó la deslocalización de muchas empresas cuando no de sectores industriales enteros que buscaban esa mano de obra más barata. Esta desbandada provocó que el desempleo se disparase coincidiendo, justo, con el auge de la burbuja inmobiliaria que irremediablemente terminó por explotar. A la pérdida del empleo le siguieron los desahucios, a los desahucios la reforma laboral que precarizaba el trabajo y primaba al capital. Pero nosotros, abducidos por la alocada idea de que todos éramos clase media, olvidamos que la Historia se mueve por la lucha de clases y que una de ellas, la dirigente, nos había declarado no la lucha, sino la guerra. Y en esas seguimos, sin enterarnos de que nos han declarado la guerra y de que esto no es una crisis, sino un cambio radical de nuestras condiciones de vida y de las de nuestros hijos y nietos.

Haber pertenecido a una Unión Europea dividida entre países ricos y países pobres no nos ayudó, sino al contrario. Las criminales políticas de recortes sociales venían de allí, aunque aquí rápidamente nos plegamos a sus mandatos (Zapatero renunciando a los fundamentos de la socialdemocracia, a la que le hizo el harakiri, y Rajoy apoyando con entusiasmo desmedido una política económica neoliberal en la que, como el repelente niño Vicente, cree a pies juntillas) La histórica bofetada que se han llevado los partidos socialistas de la mayoría de los países europeos (Francia, Reino Unido, España, Grecia…) es consecuencia de haberse plegado a las exigencias neoliberales, mientras que el renacimiento de los partidos de extrema derecha y la derechización generalizada de los tradicionales partidos de la derecha obedece al miedo y a la inseguridad social y económica que el propio sistema, nuestra mano invisible, se ha encargado de ir creando durante las últimas décadas. La célebre “doctrina del shock” ya nos advirtió de que no es nada nuevo lo que nos ocurre. Si quieres que alguien, a nivel personal o a nivel de una sociedad entera, no se oponga a medidas impopulares, injustas y hasta crueles, debes paralizarle mediante el miedo a que algo peor pueda suceder. Es lo que los neoliberales han venido haciendo desde los tiempos de Reagan y Thatcher, y que ya probaron con éxito con la dictadura chilena de Pinochet.

¿Qué hacer entonces frente a esta nueva situación en la que nos han metido?, ¿Cómo reaccionar para evitar que nos sigan avasallando como lo han hecho y lo siguen haciendo?, ¿Cómo evitar que sigan precarizando nuestras vidas, robándonos nuestros derechos, y cercenando nuestra libertad? Esas son las preguntas que nos hace una película como “La mano invisible”, preguntas que nosotros, y solo nosotros, podemos y debemos responder. Cada persona debe encontrar su respuesta. Quienes han hecho “La mano invisible” han visto que la tenían muy cerca, en su propia profesión, teniendo la valentía de tomar partido y trabajar en equipo para denunciar esta situación, para abrirnos los ojos, para que nos hagamos todas esas preguntas que no pueden quedar sin respuesta. Todos y todas tenemos las respuestas frente a nosotros, en nuestro trabajo o en nuestro desempleo, en nuestros amigos, en nuestras familias, dedicando nuestro tiempo a combatir la precariedad que nos esclaviza saliendo a la calle a protestar, hablando con quienes tengamos más cerca, ofreciendo nuestra ayuda a quien la necesita, dando nuestro tiempo a quien no lo tiene, no quedándonos en casa aislados dándole al “me gusta” de las redes sociales creyendo que con eso hemos hecho algo, leyendo, informándonos de lo que otros y otras están haciendo, ofreciéndoles nuestra colaboración, pidiéndoles que nos ayuden, participando en foros, asambleas, debates o simples charlas de amigos… en suma, aprendiendo a ver la realidad tal y como es y no tal y como nos la están vendiendo, aprendiendo a desaprender lo que nos enseñaron y siempre dimos por bueno, aprendiendo a no seguir dejándonos engañar, atreviéndonos a cuestionarnos todas aquellas verdades con las que nos han mentido.

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